He vuelto.

sábado, junio 07, 2008

En el muelle


-Guapo, ¿buscas compañía?
He de reconocer que aquella puta era muy hermosa. Su largo cabello rubio caía ondulado sobre la espalda; su cuerpo, exhuberante, apenas era retenido por una minifalda negra y un top rojo, ambos de material plástico. Sus largas piernas estaban cubiertas por una malla, y bajo sus pies unos zapatos cuyo exagerado tacón obligaba a su musculatura inferior a estar en constante tensión. Me maravilló su forma de moverse, de agitar el bolso a juego, tanto en color como material, con la falda. Sus ojos, fieles imitaciones de la luna, brillaban como las estrellas de aquella noche oscura.
Por desgracia no había arrastrado mi cansado cuerpo hasta la zona portuaria atraído por la generosa oferta sexual. De una fuerte calada sentencié el cigarrillo que se consumió apoyado en mis labios. Tiré la colilla y la pisé. Aquel gesto, desde siempre, había actuado como un catalizador en mi cerebro: había llegado el momento. Inicié la marcha buscando mi objetivo. Ya lo tenía controlado de anteriores noches. Pensé que era el encargo más sencillo que jamás había recibido.
Me cuesta olvidar aquella luna menguante reflejada sobre el océano y las estrellas que caprichosamente salpicaban el firmamento nocturno, algunos pesqueros anclados en el otro lado del puerto y el perfil de la ciudad como fondo. A la derecha, escondido en los soportales de la lonja estaba él. Dormía. Extraje de la cartuchera mi más que fiable Colt 1911 y le coloqué el silenciador.
Contemplé su aspecto detenidamente. Hacía poco que había superado la cuarentena aunque aparentaba tener mil años. Su barba hirsuta convertía su perfilada barbilla en una selva de alfileres. Su ropa hablaba de antiguas batallas vencidas, de una gloria que le abandonó cuando las cosas empezaron a ponerse feas.
-Don Manuel -dije, con la intención de despertarlo.
-Ya era hora que viniera alguien a por mí -me sorprendió su gesto relajado-. Lo esperaba. ¿Cómo te llamas?
-Eso no importa.
-Me vas a matar, dime tu nombre y te contaré mi historia.
Aquello me interesó, así que me inventé un nombre falso y dejé que me hablara. A pesar del fuerte olor a alcohol aprecié que estaba completamente sobrio.
-Una vez, y no hace mucho tiempo, yo y los que éramos como yo lo tuvimos todo. Todo, ¿entiendes, Javier? -pues así le dije que me llamaba- Cada vez que alguien necesitaba ayuda para cumplir los sueños nos consultaba, cada vez que alguien necesitaba un apoyo para hacer felices a los suyos nos llamaba. Nosotros hicimos todo lo que puedes ver. Fíjate, al otro lado de la bahía, esos impresionantes edificios, esos antiguos barrios donde antes sólo había putas y yonquis, ahora todo eso son zonas residenciales de alto standing, ¿gracias a quién? A Nosotros. Y ahora observa, no soy más que un mendigo esperando que el arcángel vengador me llene de plomo y me lance al mar.
Su historia no me conmovió. Levanté el arma, apuntándole directamente a la testa. Tuve la impresión de que mi sencillo gesto desmoronó toda su máscara de orgullo y honor; empezó a lloriquear como un niño.
-¿No sientes lástima por este pobre viejo que ya no puede hacerle nada a nadie? -suplicó- Aquí no soy nadie, ¡esto es peor que la muerte! Si hubiera sido más valiente me habría suicidado, pero ni siquiera me atrevo a hacerlo. ¡Déjame aquí! ¡Te lo ruego!
-Levántese -ordené.
Intentó ponerse en pie pero sus piernas le fallaron. Al retirar la manta que le cubría me golpeó la peste a orina y excremento que desprendía su cuerpo consumido. Se había hecho sus necesidades encima. Me acerqué y puse mi cañón a un metro de él. El olor era insoportable. Ni en los peores barrios había encontrado algo así; éste no sólo provenía de las heces, sino de lo más profundo de su pútrida alma de ladrón y estafador.
-Vamos, dese la vuelta.
-¿Qué haces? -me contestó con voz histérica- ¿No me vas a matar?
-Le aconsejo que no grite, será peor. Ponga las manos tras la espalda.
Me mareé ligeramente. Le puse las esposas y de un empujón le obligué a caminar hacia mi vehículo. Lo noté más agradecido que confundido por haberle salvado la vida.
-¿A dónde me llevas? ¿Quién te ha encargado encontrarme?
-No se lo diré, aunque seguro que se lo imagina.
-No... a ellos no. Por favor, no lo haga. ¿A los acreedores? ¿O a los que dejé tirados en la calle y con enormes deudas? ¿A todos ellos juntos?
Sonreí, aunque él, que caminaba frente a mí, no me pudo ver. Había acertado a la segunda. Tenían muchísima sed de sangre.

2 comentarios:

Mery dijo...

Al principi pensava q tornaves a parlar de lo únic 8-)

Xo després m'ha recordat a ls pelis de Gansters


no sta mal

Yhadax dijo...

Que fiel reflejo de la España más próxima... seremos lobos para ellos.

¡¡Arriba el euríbor!! y todos a la puta calle ¬¬