He vuelto.

jueves, junio 19, 2008

El universo en un punto entre mi garganta y el punzón

Hay momentos en los que todo el universo, el tiempo y el espacio quedan reducidos a un único punto. Momentos en el que los cinco sentidos desaparecen: los ojos no ven, los oídos no oyen y la piel, bueno, la piel sí. Ahí está, sobre ella el punto previo al Big Bang, justo en el microscópico espacio entre la epidermis que cubre mi nuez y la punta del punzón del ladrón que me está amenazando con atraversarme el gaznate si no le doy la cartera.
Mi corazón late a diez mil pulsaciones por minuto, sin embargo tengo la impresión de que entre un latido y otro pasan horas. El punzón, de unos cinco centrímetros, se hunde en mi carganta. Me cuesta respirar. Tengo todos los músculos en tensión y la mirada perdida, no está fija en ningún punto concreto del cuerpo de mi enemigo. Es un pobre yonqui, de esos desesperados por un pico: una bomba de relojería. Este es de los más peligrosos que hay ya que no tiene nada que perder. No sé por qué me metí por un callejón como éste, la luz de las farolas es tenue cuando no inexistente, y toda la escena se desarrolla en semioscuridad. Sus ojos están fuera de sus órbitas, inyectados en sangre y brillantes; son una mezcla de mono, ansiedad y miedo. Mucho miedo.
Estoy seguro de que él tiene más que yo. Es extraño, jamás me había encontrado en una situación similar pero mis nervios están calmados, como si hubiera pasado una vida entera recibiendo atracos. Mi cerebro sabe cómo actuar, y él solo ha bloqueado cualquier tipo de pensamiento racional. La amígdala ha tomado posesión de mí.
-Dame la cartera, ¡y no hagas nada raro!
Me encojo, balbuceo intentando engañarle. Recuerdo a Sun Tzu y aquello que decía, algo así como cuando seas débil aparenta fortaleza, y cuando seas fuerte aparenta debilidad. Hago caso a mi partenaire y extraigo el objeto de cuero del bolsillo trasero derecho de mi pantalón vaquero. La izquierda está abierta, mi palma está casi en frente de su cara cubriendo parte de su visión e intentando distraerle. Casi no lo consigo ya que, de una forma hipnótica, observa fijamente cómo voy subiendo la cartera lentamente, a menos de un centímetro por segundo.
Intento tranquilizarle con algunas palabras típicas. Corta mi piel con su mano temblorosa.
-Vale tío, ya está.
Ya es mío.
Farfulla algo. Sostiene su arma con la mano izquierda así que para coger la cartera ha de cruzar las manos. Esto no ha sido casualidad.
Cae en la trampa.
Desplaza su centro de atención de la punta del punzón a mi cartera. Ahora es el momento. Lanzo mi cartera contra su cara cogiéndole desprevenido. Me arriesgo mucho pero no puedo evitarlo. He de hacerlo, esto no va a acabar así. Bajo la mano derecha hasta su antebrazo, me desplazo girando dejando el objeto metálico más allá de mi cuello y de un golpe seco con ambas manos provoco un espasmo que bloquea toda su extremidad izquierda.
De revés con la izquierda en su cara.
De revés con la izquierda en sus genitales.
Luxo su brazo.
Lo lanzo por los aires.
Cojo mi cartera y me voy corriendo, hacia una calle más transitada. No creo que vuelva a intentar robar a nadie en una buena temporada, probablemente ni siquiera a sostener cualquier cosa con ese brazo. Espero que aprenda la lección.
Recupero la sensatez normal y pienso en todo lo ocurrido en poco menos de diez segundos. Un poderosísimo temblor se apodera de mis piernas, sudores fríos de puro miedo me invaden y mi voz se tambalea pero, lo más importante, he salido vivo de esta. Por si acaso me he quedado con su cara y no me volverá a coger desprevenido.

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Realmente todo este pequeño y mal texto tiene origen en una conversación que he podido escuchar hoy. Versaba en torno a la competitividad, eso tan extraño que se supone que sirve para que los empresarios se hagan supermegahiperricachones de la muerte. Uno de los postulados escuchados decía algo así: la competitividad anula la creatividad, puede hacer que el más competitivo tenga mejores resultados, pero éstos siempre serán mediocres. Tan solo alguien no competitivo podrá hacer cosas realmente grandes.

Eso me ha recordado a algunas de las técnicas que ejecutamos en la disciplina de artes marciales que practico. No se basa en la fuerza bruta (competitividad) sino en dejar que el cuerpo fluya (no competitividad), golpee en los puntos nerviosos (creatividad) y ejecute técnicas que con un esfuerzo mínimo puedan derrotar al más poderoso de los enemigos (innovación).

Para que luego me digan que practicar una disciplina de combate marcial es malo ya que convierte al artista en una máquina de matar provocando malestar y desconfianza en la comunidad. Manda cojones...

Dedicado a la gente del curso de la FUE, profesoras y compañeros.

1 comentario:

Yhadax dijo...

De tener co*ones en una situación así, la verdad es que esa sería la mejor forma de actuar y desde luego, solo los necios piensan que esas clases de artes marciales son para fabricar máquinas de matar, más que nada porque aquellos que realmente tienen ese tipo de impulsos los ejercen, no dan clases para ejercerlos mejor, o al menos eso pienso... pero pensar, pienso muchas cosas.