He vuelto.

lunes, septiembre 29, 2008

Una propuesta

Sobre la mesa hay:



un taxista loco,



una monja soldado y



un puñado de cartas del tarot.
_______________________________

Sorpréndanme, señores. ¿Se les ocurre algo?

domingo, septiembre 21, 2008

Sombras (X)


Plantada frente a la sólida puerta de madera Melania protegía con su mano izquierda en un acto mecánicamente inconsciente la llama de un mechero de gasolina rojo, a juego con su carmín, cada vez más cercano al cigarrillo que hacía equilibrios sobre sus labios carnosos. Estaba esperando la respuesta a la pulsación del timbre que había hecho instantes antes. El humo empezó a ascender, inundando con su característico olor el portal del viejo edificio donde vivía su hermana. Apagó el mechero, lo dejó deslizarse dentro del enorme bolso que protegía su riñón izquierdo y, con la misma mano derecha, retiró un mechón ondulado que aparentaba tener vida propia. La baja temperatura, acompañada de un aire traicionero, habían convertido el trayecto entre el lugar donde pudo aparcar el coche y aquella puerta en una tortura, atravesando las medias la helada humedad hasta rebotar en los huesos. "Ha sido una suerte que cogiera la chupa", pensó. Anduvo cerca de seiscientos metros encogida, enroscada dentro de su chaqueta de cuero. Entre el frío y que nunca le gustó ir sola por el barrio de su hermana a esas horas recorrió, casi corriendo, la distancia entre donde pudo aparcar el coche y el punto en el que estaba dando una deseada primera calada.
-¿Quién es? -reconoció la voz, aun distorsionada por el portero automático, de su hermana.
-Soy yo.
Un zumbido eléctrico y Melania empujó la puerta. Le pareció más pesada que la última vez que fue a visitar a Luna. Entró y cerró, dejando la escasa iluminación fuera, en su lugar natural como elemento proveniente de la estrecha calle. Pulsó el interruptor de la luz, cruzó el pequeño recibidor directa hacia los primeros escalones y subió hasta la planta donde la esperaba su hermana. Las sombras enrejadas de la barandilla perfilaban su forma contra la pared de la escalera, con la silueta de su hermana pequeña más difuminada, vacilante e inquieta.
-Hola Luna, ¿qué...
No la dejó terminar. Luna, que se cambió la ropa a algo más presentable que un camisón, concretamente un chándal y una camiseta holgada que, a pesar de su anchura, sugería las formas de su delgado cuerpo; se lanzó sobre ella una vez Melania puso los dos pies en el descansillo. La abrazó, todavía con los nervios alterados. No había sido capaz de relajarse, provocando a su vez un aumento de la ansiedad al ser consciente de la pérdida de su autocontrol, corría el riesgo de desbordarse en cuanto ocurriera cualquier cosa, inesperada o no.
-Gracias por venir. ¿Estabas trabajando?
-No te preocupes.
-Vaya -Luna entendió que sí-. Espero que no te hayas metido en un problema.
-Soy autónoma, no tengo jefe -brillaron de simpatía sus blancos dientes. La visión de aquella sonrisa causaba siempre el mismo efecto en la pequeña de las dos hermanas: era como volver a la infancia, cuando Melania la sacaba de los líos en los que no paraba de meterse y, con ese mismo gesto, decía aquello de "todo va bien, no pasa nada".
-Estoy tan asustada -dijo, con los ojos brillantes por las lágrimas que se esforzaba en retener-, no sé qué le pasa. Está como vegetal.
-Vamos dentro, hermanita, y me cuentas -miró a su alrededor, sospechando hasta del silencio-. Este no es lugar.
-Es verdad.
Luna se apartó dejando que Melania entrara primera. Ella lo hizo después. Cerró la puerta, encendió la luz, cogió la chupa de cuero de su hermana y la colgó en un perchero junto al recibidor y caminaron hasta la cama, donde Guzmán, pálido y huesudo, tapado de cintura para abajo por una sábana, aparentaba estar en un profundo sueño.
-Vaya -se limitó a decir Melania tras contemplarlo y desplazarse hasta la sala de estar-. ¿Me explicas qué ha sucedido? Por favor, no omitas ningún detalle.
Así lo hizo, desde las pesadillas de Guzmán hasta el último sueño, sus reacciones, la pérdida de consciencia y la llamada telefónica con la que media hora antes se había puesto en contacto con ella.
-Has venido rápido. ¿Estabas muy lejos?
-No, bueno, a estas horas no hay mucho tráfico por Valencia, el problema ha sido aparcar -Melania apuró la última calada al cigarro que había estado fumando desde que entró y lo aplastó contra el cenicero de cerámica que su hermana había sacado expresamente para ella. Con ese gesto simbolizó un cambio de tema, y con él sus facciones se ensombrecieron-. Ya sabes que Guzmán nunca me gustó, te dije que no debías irte con él, eres muy joven -apenas tenía veintitres años- para estar con alguien así. Siempre me ha dado mala espina.
-Ya, ya lo sé. No me sermonees que no están las cosas para eso.
-¿Para qué me has llamado?
-Necesito que me ayudes para contactar con Guzmán, sé -puso un especial énfasis en el verbo, añadiéndole al significado una importante carga de esperanza, de fe- que aún sigue aquí. Yo, así -refiriéndose al nerviosismo-, tan implicada emocionalmente, no puedo hacer nada, pero tú...
-Ya, entiendo. Te ayudaré -Luna se iluminó de alegría, siempre había confiado ciegamente en su hermana. Melania se contagió de su sonrisa, suavizando la seriedad de su semblante-, eso sí, ya sabes que ahora me interesa más el mundo material que el espiritual, veremos qué podemos hacer. Vamos.
Se levantaron, volvieron a la habitación donde estaba Guzmán.
-Siéntate tú en la cama, a su lado -sugirió Melania-. Al otro y de pie me quedaré yo.
-De acuerdo, Mel.
Siempre, desde pequeñas, ya escucharon que las dos hermanas eran opuestas. Tenían razón, bastaba con ver cómo Luna, de físico frágil y delgado, digno de modelo de pasarela, era completamente diferente a su hermana y su cuerpo voluptuoso, sexual y aparentemente creado para provocar algo más que miradas más o menos descaradas.
-Muy bien, vamos a ello. ¿Lista? -preguntó Mel.
-Sí.
Pusieron sus manos sobre el torso y la cabeza de Guzmán. Luna, bastante más tranquila por la presencia de su hermana, logró relajarse hasta poder dejar la mente en blanco, mientras Melania hizo lo mismo con mayor facilidad.

El recuerdo de la infancia, con su abuela en el parque, fue lo último que pasó por la cabeza de Guzmán, y fue perdiendo fuerza a medida que la bala atravesaba neuronas, hueso y piel. Poco tardó en perder los sentidos y sentirse en una especie de estado de flotación, sin caer ni ascender. Estaba sumergido en una ausencia total de estímulos internos y externos. Era él, pero a su vez era mil criaturas más: mercenario en Italia, soldado soviético en la segunda guerra mundial, concubina de jefe tribal árabe, legionario en la Roma de Julio César, agricultor, sacerdotisa, etcétera. Todas sus historias, desde su nacimiento hasta su muerte estaban en él, podía verlas, estudiarlas, extraer conocimientos y aprendizajes que, unas veces eran puestos en práctica y otras no. Podía ver como en la mayoría de esas vidas se repetían los mismos patrones, las mismas acciones, errores y aciertos. Ahora, viendo en conjunto su existencia, entendía mejor las palabras del misterioso ser a quien llamaba Henri Beaumont. Muchas veces había actuado con buena fe, con el único fin de ayudar a aumentar la conciencia de sus allegados, y casi todas había acabado siendo traicionado, engañado y manipulado por seres despreciables de alma podrida y aparentemente buenas intenciones.
-¿Ya lo entiendes? -otra vez Henri, cuya voz lo inundó todo.
-Sí -replicó, sin prestar mucha atención.
-¿Aún sigues pensando en querer salvar esas almas despreciables a costa de tu propia salvación? -Guzmán ni contestó, abrumado por todas sus vidas anteriores- Entiendo.
El silencio volvió a extender sus cortinas, dejándolo aislado de cualquier otra cosa que no fueran sus recuerdos.

Luna y Melania, desconcertadas, miraron a su alrededor. Estaban en una ciudad derruida por la guerra, con bloques de cemento, vigas retorcidas, pintura desconchada y los restos de un vehículo blindado medio enterrado por la nieve.
-¿Qué es todo esto? -gritó Melania, intentando llevar la voz más allá del ruido de combate que llegaba desde el norte.
-No lo... -Luna, de repente, se calló. La sensación de peligro inminente atravesó su delgadez como una descarga eléctrica. Cogió la mano de su hermana y tiró de ella, hacia el interior de un bloque de varias plantas que aún permanecía bastante entero- ¡corre!
El tirón hizo trastabillar el seductor cuerpo de Melania, consiguiendo salvar el equilibrio in extremis. Se refugiaron tras la pared contigua a la puerta. Una sirena se aproximó desde el aire, silenciando cualquier otro sonido de refriega. La explosión las aturdió.
-¿Qué... qué ha pasado?
-Creo que ha caído una bomba -contestó Melania, levantándose con dificultad. Había caído sobre un charco embarrado formado dentro de un agujero. El agua estaba helada.
-¡Estamos en una guerra!
-Eso parece.
-¡Qué frío! -dijo Luna, empezando a tiritar. Buscó algo de abrigo, inconscientemente. Charcos, materiales destrozados, marcas de combate, ratas y oscuridad, y el hedor de la guerra que las abofeteó. En el suelo, tirado boca abajo, un cuerpo yacía inmóvil- Creo que a este no le va a ser de mucha utilidad la casaca.
Con cuidado e intentando tocar lo menos posible del cadáver helado logró quitarle la parte superior del uniforme y se lo puso.
-¿Cómo puedes ponerte eso, Luna? ¡Es de un muerto!
-A él ya no le hace falta. Ahí hay otro, te aconsejo que te tapes o si no vas a morirte de frío -Señaló a otro cuerpo que, doblado sobre sí mismo y ligeramente inclinado hacia la derecha, descansaba junto a la pared-. No seas tan escrupulosa, Mel. Esto es la guerra.
-Pareces muy suelta, hermanita, cualquiera lo diría, con lo aprensiva que eres.
-Ya ves. Mira -levantó una Tokarev. Su uniforme era ruso, al igual que el del otro cadáver.
Melania superó su resistencia a vestir con las ropas de un muerto. Una explosión lejana les recordó que estaban en zona de guerra, hecho que parecía que no acababan de asimilar.
-¿Y ahora qué? -Melania se asustó, al ver a su hermana deslizándose contra la pared hasta acabar sentada-. Luna, ¿qué te pasa?

sábado, septiembre 20, 2008

Óxido y recuerdos


Nervios de hojas secas

vestidas con tinta china

-o birmana,

o hindú,

qué más da el origen. Globasclavización.-

parasitan mi cabeza,

sustituyen mis neuronas

y me dan la libertad para que

responda

a una simple pregunta:

"¿quién eres, V?"

(solo aceptan una respuesta,

democráticamente, eso sí,

como todo. Para qué negarlo.)

Es el progreso,

-el brillante progreso,

¡no hay cabida para la mediocridad, señora!-

el nuevo Dios

¿o es el viejo,

ese de metálicos ojos avariciosos,

estrenando su renovado disfraz

de papel moneda?

Me resisto a acercarme a la luz.

a abandonar las sombras

donde nada es lo que es,

donde un contraluz es un dragón,

un susurro una declaración de amor,

donde el eco de pisadas: un amigo

y no un competidor;

donde los nervios están vestidos

de humildad

y no de tinta sanguinal.

Se resquebraja el suelo.

Arde el velo.

Las máscaras caen, poco a poco.

¡Apaga la luz

de la Quinta Avenida!

miércoles, septiembre 17, 2008

Sombras (IX)


-¡Despierta!
Luna palpó con la yema de los dedos índice y medio de su mano derecha aquel cuello alargado buscando algún rastro de pulso sanguíneo. El hecho de encontrarlo la tranquilizó levemente. "No está muerto", pensó. Sin embargo, ella sentía el corazón golpeando con fuerza su cráneo a un ritmo cada vez más acelerado. No sabía qué hacer, no podía contener la ansiedad que empezaba a tomar las riendas de su fragilidad emocional.
-¡Vamos, reacciona!
Le abofeteó.
Se llevó el puño izquierdo a la boca para ahogar un grito que luchaba por salir de su garganta, transformándolo en un mordisco que marcó su mano. Una desagradable sensación de ahogo se apoderó de ella.
-¡Tranquilízate! -se dijo, intentando convencerse de que aquello no podía seguir así. Estaba demasiado alterada para poder pensar con claridad. Había estado temiendo que aquello sucediera desde que empezó a percibir los malos sueños de Guzmán, cuando le explicó en qué consistían la preocupación de que algo malo ocurriera se hizo cada vez más tangible. De un salto se levantó de la cama y miró al radiorreloj. Los números rojos, tan fríos y digitales, le parecieron tan reales, fieles represenaciones del paso del tiempo, que llegaron a herirla. Doce minutos pasaban de las cuatro y media de la mañana. El cambio del doce al trece funcionó como un resorte que activó algo en su cabeza. Pensó en las horas, en los minutos, en el avance inexorable, cíclico, de los números que representaban la linealidad de la existencia y la futilidad que supone atarse al descontrol del no saber qué hacer. En el intervalo correspondiente al minuto catorce las cosas empezaron a volver a su cauce, aunque no logró recuperar la estabilidad. Seguía sin saber qué hacer, sin embargo había podido abandonar la peligrosa senda que lleva al ataque de ansiedad. Volvió a palpar el cuello de Guzmán, continuaba latiendo, eso sí, a un ritmo muy bajo. Continuaba de pie, frente a la cama, iluminada por la escasa luz que lograba filtrarse por la ventana y las cortinas. Respiró profundamente. Decidió intentar algo. Intentó relajarse, vaciarse de pensamientos, liberarse de la carga emocional que bloqueaba su capacidad sensitiva. No tardó en considerar que lo había logrado, más movida por la prisa y la sugestión que por una relajación real. Puso sus manos sobre el pecho del hombre que aparentemente estaba dormido. Se esforzó en no pensar en nada, en dejar la mente en blanco. Cerró los ojos. Controló la respiración, que entre inspiración y expiración duraba cerca de veinte segundos.
-Guzmán -Lo llamó-. ¿Estás ahí? -Nada. Todo era oscuridad.
-¿Guzmán?
El silencio era la única respuesta que encontró. La asaltó la posibilidad de que su mente consciente hubiera sido destruida, quedando aquel cuerpo como un vegetal, en el que únicamente los órganos vitales funcionaban por pura inercia.
-Estoy demasiado nerviosa -se dijo, intentando convencerse de que semejante posibilidad era imposible-. No puede ser eso.
Separó las manos del tibio cuerpo. "¿Realmente está perdido?", dudó. Se negaba a aceptarlo. Decidió intentar contactar con su cuerpo astral una vez más, para ello debía relajarse "de verdad, no como antes". Cogió la silla situada junto al pequeño escritori, la puso cara a la cama y se sentó en ella, dejando caer los brazos sobre las piernas y éstas sin cruzar. Cerró los ojos. Inspiró, expiró, volvió a inspirar. Un pitido la interrumpió. Gritó, asustada. Abrió los ojos, buscando el origen del sonido. Le costó reconocerlo. Había sido el teléfono móvil, avisando que su batería estaba próxima a agotarse. Se levantó y lo cogió, con intención de ponerlo a cargar. Lo mantuvo en su mano, pensativa. "Ella me ayudará". Pensó en su hermana, Melania. Hacía por lo menos un mes que no hablaba con ella, pero era la persona en quien más confiaba. Siempre estuvieron muy unidas, sobre todo después de un extraño suceso que ninguna de las dos podía recordar sino de una forma muy vaga y orínica. Ella, su hermana mayor, su primogénita, sabría que hacer; eso pensó. Buscó su nombre en la agenda del pequeño aparato.
-Aquí está.
Apretó el botón verde, confiando en poder escuchar una voz entre soñolienta y cabreada por haber sido despertada. Sentía que era su única esperanza.
-Vamos... cógelo... Melania...

La melodía hortera, una de esas canciones de moda, de un teléfono móvil invadió la habitación donde una pareja se revolcaba entre las sábanas. La estancia, de colores cálidos, amplia y generosa en detalles, transmitía sin embargo la frialdad del paso constante de diferentes cuerpos, caras y nombres por sus cuatro paredes de suit de hotel de lujo. Sobre la cama la espalda de una mujer rubia, de cabello ondulado y largo, detuvo en seco su movimiento sexual.
-Espera -dijo.
-¿Es tuyo? No lo cojas -contestó el hombre que, bajo ella, la miraba con lujuria y deseo.
-Cállate.
La mujer, de unos treinta años, se separó de su amante bruscamente. Desnuda y con cara de preocupación se dirigó hacia su bolso. El hombre, atónito, no podía creerse lo que estaba pasando. Sus duras facciones contemplaron cómo el voluptuoso cuerpo que hasta hacía un instante estaba sobre él se alejaba en dirección al origen de la cancioncilla que había interrumpido el que, hasta el momento, le había parecido uno de los mejores polvos de su vida. Abrió el gran bolso de la marca Dolce & Gabbana, rebuscó en su interior, acabando por asomarse para poder encontrarlo entre tantas cosas que llevaba dentro. Se sorprendió al ver que, de los dos teléfonos que siempre llevaba encima, el que estaba sonando era el personal, y no el corporativo, como a ella le gustaba llamarlo. El número del teléfono que sostenía en su mano solo lo conocían los familiares cercanos y un grupo muy selecto de personas, y rara vez era utilizado.
El nombre de su hermana ocupaba la pantalla parpadeante del aparato. Lo abrió, preparada para escuchar cualquier cosa.
-¿Acaso estas son horas de llamar? -dijo- Espero que sea importante... -dejó morir la amenaza en el aire.
-¿Pero tú no eras argentina? -denunció el hombre que, desde la cama, había conocido a aquella chica bajo el nombre de Valeria, nacida en Buenos Aires y que, supuestamente, vino para estudiar pero que se quedó enamorada de España y sus varoniles hombres.
-¿Qué ha sido eso? -se oyó desde el altavoz del teléfono.
-Espera, estoy contigo en seguida -contestó Melania, tapando el micrófono con la palma de la mano izquierda y bajándolo. Se giró, mirando hacia el hombre con el que estaba compartiendo lecho- ¿Qué pasa? ¿Acaso te crees todo lo que te dicen?
Entró en el baño, obviando las protestas provenientes de la cama.
-Ya. Dime Luna, ¿qué pasa?
-¿No estarías trabajando?
-Eso da igual, cuéntame por qué me llamas a las cuatro y media de la mañana de un viernes.
-Es Guzmán.
-Ah, ese novio tuyo. ¿Se le ha caído una maceta encima o qué?
-Está mal -intentó que su voz pareciera segura, que no transmitiera la ansiedad que la reconcomía-, no sé cómo explicártelo, es difícil de contar por teléfono. Por favor, ven.
El tono asustado, nervioso, de su hermana declararon que estaba sucediendo algo grave. No dudó en ir a su casa.
-De acuerdo. Voy para allá -y colgó. Salió del baño, contagiada por el nerviosismo de su hermana, buscando la ropa que había caído caprichosa y aleatoriamente sobre el suelo, parcialmente cubierta por la sábana. El hombre, entrado en carnes y peludo, la observaba sentado, con la espalda apoyada contra el cabecero de la cama, mostraba su falta de comprensión ante la situación.
-¿Dónde crees que vas? -exclamó- ¡No puedes irte!
-Tengo un problema familiar, guapo -contestó Melania, intentando apaciguarlo mientras subía el tanga por sus piernas-. Es urgente, he de irme.
-No vas a ir a ninguna parte, he quedado contigo para toda la noche, y aún casi ni hemos empezado -estaba furioso, el deseo sexual mal satisfecho se había convertido en rabia hacia la que hasta hacía poco había considerado como poco menos que una diosa del amor-. Maldita mala puta, ¡mírala, que se cree la reina del mambo, y ni siquiera es argentina!
-A ver, cariño, dos cosas -se ajustó el sujetador sin darle la espalda a aquel hombre. Había pasado por alguna que otra situación similar, y sabía muy bien que, si bien generalmente se quedaban en solo aquello, palabras, más valía prevenir y no perder el contacto ocular con un cliente insatisfecho-. Primero: Lo único que tengo es mi familia, nada es más importante para mí y no voy a dejar que nada me impida estar con alguno de los míos cuando tiene problemas -se ajustó la blusa, cogió el bolso, los zapatos y se dirigió hacia la puerta-, y segundo: ¡la tienes pequeña, follas de pena y encima hueles mal! -exclamó, desahogándose.
Con los tacones en la mano se dirigió hacia el ascensor, pensando en el camino más rápido para llegar a la casa de su hermana, en pleno barrio del Carmen.

martes, septiembre 16, 2008

Dos frases

Aprovechando que no puedo dormir (maldito resfriado, que Dios haga que arda Valencia en una orgía de llamas sin fin, así hará calorcito y nadie más sufrirá esta tortura nasal) me han estado llegando algunas frasecitas a la cabeza:

1. El creativo trabaja con consecuencias para generar causas, y el competitivo trabaja con causas para crear consecuencias.

2. (Pensando en ciertos medios de comunicación) Llamar a una broma como censura o intento de destruir la libertad de expresión es como cuando un negro llama racismo a las quejas de las viejas cuando se cuela en la cola del mercado.

sábado, septiembre 13, 2008

Sombras (VIII)


¡Bang!

-Abuelita, ¿qué es morir?
Un niño de cinco años, larguirucho y bastante alto comparado con la mayoría de los de su edad, se balanceaba en uno de los dos columpios que colgaban de una tosca estructura metálica oxidada. Frente a él, y mirándolo, había una mujer que reposaba sus sesenta años y algunos kilos de más en un viejo banco de madera que a duras penas mantenía la pintura, antiguamente de un elegante verde oscuro. La hojarasca de los árboles caducos había llenado de tonos ocres y rojizos del pequeño parque ocupado solo por aquellas dos melancólicas figuras, mientras el suave chirrío de los goznes de las cadenas bailaba con la banda sonora habitual de coches, peatones y comercios a punto de cerrar amortiguada por la arboleda, la distancia y algunos pequeños animales que en el lugar vivían. La señora, que pasaba el rato rellenando un crucigrama, sonrió al escuchar en la vocecita inocente de su nieto aquella pregunta tan profunda. Dejó a un lado la revista, el bolígrafo y afablemente se dispuso a contestar. Conocía muy bien, demasiado quería creer, el tema.
-Guz, bonito, es una pregunta muy difícil ¿por qué me la haces?
El pequeño, dejando que la inercia fuera frenándole, explicó que mientras jugaba en casa de uno de sus amigos escuchó parte de la conversación entre las madres de los dos niños. Estaban en otra habitación, a cargo de la hermana mayor del otro, que no pasaría de los trece años. En un descuido de ésta se escabulló por la puerta y se acercó a la sala de estar donde las dos mujeres tomaban café. Escuchó sus voces, con cuidado para no ser descubierto y movido por la curiosidad, puso atención en lo que decían.
-...un ceda el paso y le embistió -aquella que hablaba era la madre de su amigo-. Se ve que la furgoneta le pegó con el morro en la puerta trasera, un poco antes y... no quiero ni pensar en lo que habría pasado si hubiera pegado en la puerta delantera; aun así, bueno, ya te lo he dicho.
-¿Y tú, cómo estás? -el pequeño Guzmán sonrió al reconocer la voz de su madre.
-Ufff -suspiró la otra mujer-. Muy mal, no he dormido nada hoy, preocupada por Javier. En el hospital, ya sabes. Cuando me llamaron para decirme lo del accidente casi me entra algo, pensé que se iba a morir.
-Iba a morir -repitió el niño espía hacia sus adentros -iba a morir.
-¿Qué haces aquí? -una voz de niña le sorprendió. Las dos madres se callaron.
Continuó explicándole que, justo en ese mismo momento, una mano le arrastró hacia el fondo del pasillo. La niña le dijo, algo alterada, que ni se le volviera a ocurrir hacer algo así, que si quería ir a cualquier parte que se lo dijera primero a ella.
-Eso está muy mal, Guzmán. -reprochó la abuela, sin embargo no parecía molesta por la confesión- ¡no hay que espiar a las personas! No lo vuelvas a hacer, ¿vale?
-Sí, abuelita -el espigado niño, lejos de arrepentirse y olvidar el tema junto con la mala acción previa decidió insistir-, ¿qué es morir?
-Morir es cuando una persona, o un animalito, o una planta dejan de vivir.
El columpio se detuvo.
-Pero... -Guzmán, asustado ante algo que ni siquiera alcanzaba a comprender- ¡eso es malo!
-¡No! -exclamó, sonriente- Para nada.
-¿Por qué no es malo?
-Porque cuando alguien muere tarde o temprano vuelve a este mundo, se reencarna en otro cuerpo.
-¿Por qué reencarnarse? -el chico, ahora más sorprendido que asustado, preguntaba presionado por la incesante necesidad de hacer preguntas; sin embargo era incapaz de seguir lo que le decía.
-Porque todos cometemos errores, y tenemos siempre una oportunidad para solucionarlos.
-No entiendo nada.
-Es que es un tema muy complicado. Además, no deberías preocuparte por eso. ¿Vamos a comprar chocolate?
-¡Sí!
De un salto Guzmán se bajó del columpio, ayudó a su abuela a acabar de levantarse y se dirigieron hacia una tienda de golosinas situada en una de las calles colindantes al parque. La tarde fue marchitándose, preparada para dar el paso a la noche. El cielo estaba encapotado, grandes nubes impedían la visión de los astros y las luces de algunas casas ya empezaron a iluminar las calles acompañando al intermitente encendido de las farolas. El establecimiento estaba cerca, no les costó más de cinco minutos al lento ritmo de una abuela con su nieto. Se encontraron frente a un toldo con la leyenda "dulces y golosinas", al otro lado de la calle. Cruzaron la vía, desierta, y se plantaron frente a la puerta.
-Antes de entrar quiero decirte una cosa, ¿vale?
-Sí.
-Pero es un secreto, y antes vas a tener que prometerme que no se lo vas a contar a nadie.
-¡Lo prometo! -exclamó, ansioso. La combinación de chocolate y secretos le habían alterado. Estaba nervioso, y si le hubieran dado a elegir no sabría decir cual de los dos prefería obtener antes -¡Dime, dime, dime!
Se inclinó sobre su nieto, acercándose a su infantil cabeza.
-Mira hacia ahí arriba -susurró-, ¿la ves?
-¿Qué he de ver?
-La luna.
-No, no la veo.
-Sin embargo está, siempre estará. Confía en ella, te protegerá y te llevará por el buen camino. Cuando te sientas perdido mírala y deja que te indique el camino -Se separó del niño y, tras un tosco movimiento y una maldición dedicada a su cansada espalda se puso todo lo erguida que pudo-. ¿Vamos a por ese chocolate?
-Sííí.

-¡Abre los ojos, maldito hijo de puta!
En la oscuridad de la habitación Luna, llorando, sostenía con ambas manos la cabeza de Guzmán empapada por las lágrimas de su compañera. No reaccionaba. Ella, desesperada, no sabía qué hacer. Aún estaba caliente y en su cara se podía leer el terror de saber que una bala va a atravesar el cráneo.
-¡Despierta!

jueves, septiembre 11, 2008

Sombras (VII)


-Te he estado esperando, Alessandro.
-¿Tú otra vez? Ya sé quién eres, Henri Beaumont.
Estaban los dos cara a cara, en el mundo fantasmal que tan bien conocían. Sobre la negritud que los envolvía contrastaban fuertemente el huesudo y alto Guzmán, y el renacentista francés. A escasos dos palmos podía distinguir cómo, tras la ruda piel del espía francés se intuían algunas formaciones óseas que le daban un aspecto grotesco, potenciado por unos ojos vacíos de vida, ennegrecidos.
-Así me llamaron, Alessandro, y no me molesta, pues estoy orgulloso de todas mis reencarnaciones, no como tú, que ni recuerdas ni quieres recordar.
-¿Qué quieres de mí?
Henri, que se movía con unos exagerados movimientos dignos del más histriónico de los actores, hizo ademán de sorpresa.
-¿No te lo dije ya? Quiero que te dejes de tanta tontería, de tanto ayudar a los que no merecen ayuda y vengas conmigo. Mírate, ¡estás hecho un pordiosero! Con esas pintas, ese cuerpo en el que guardas las expiaciones de viejos diablos que jamás te lo van a agradecer no va a aguantar mucho más. Pronto llegará eso que llaman cáncer, o neumonía, o alguna enfermedad que ningún médico moderno podrá diagnosticar y que acabará poco a poco con tu existencia como -hizo una breve pausa, mesó su barba haciendo como si estuviera pensando-, eso, Guzmán, ahogado en el dolor y el sufrimiento de todos esos a quienes has ayudado en el Tránsito. ¿No recuerdas? Claro, cómo vas a recordar. Te hice esta misma proposición en diciembre de 1942.
Una explosión lanzó a Guzmán por los aires. Cuando se reuperó del aturdimiento miró a su alrededor. Estaba en una ciudad en ruinas, había aterrizado tras un gran montón de escombros que ofrecía una seguridad virtual, falsa. Le pitaban los oídos, y los rugidos de cuatro stukas que sobrevolaron su posición le parecieron maullidos de pequeños gatos pidiendo un poco de atención. Aquello no era una ilusión, era real. El dolor se extendía por todo su cuerpo. Se palpó la cabeza, descubriendo que llevaba un casco. Miró a su alrededor. Cerca, a dos metros, un fusil Mosin-Nagant junto a restos de cristales puestos al bélico azar sobre la grisácea nieve. Las ametralladoras silbaban sobre su cabeza, no supo calcular la distancia debido a la sordera temporal de la explosión. Por si acaso se movió rápidamente, lo más plegado al suelo que pudo, hacia su arma. No pudo evitar mirar a su derecha, a los cristales. Su reflejo le sorprendió. Sus rasgos asiáticos, sus ojos negros y su estatura chata le dijeron que se trataba de él, pero que no era él.

Luna, despierta e inclinada sobre un Guzmán tumbado de mirando al techo se asustó. Le pareció que las facciones de su compañero habían cambiado. No sólo anímicamente, ya que ahora reflejaban un horror, miedo y tensión que no recordaba haber visto. Sus rasgos eran diferentes, le parecieron achinados, físicamente más pequeño, más robusto. Pensó que aquello no podía ser real, apretó fuertemente los ojos y los volvió a abrir. No se trataba de una ilusión, sin embargo comparándolo con otros objetos (lo había visto dormir muchas noches veladas) nada había cambiado. Envolvió la cabeza con un brazo, acercando su frente para besarla. Con el otro se apoyó en el pecho, extrañada por no notar las costillas. Rozó la frente pálida con sus labios, susurrando algo.

"Tranquilo, Guzmán".
-¿Luna, estás ahí? -su pregunta quedó matada por una explosión cercana. Los Stuka continuaban haciendo su trabajo de destrucción. Una extraña sensación de calidez proveniente de su frente y su pecho le reconfortó. De repente desapareció la ansiedad que galopaba por sus nervios y miró a su alrededor. Le era todo extrañamente familiar: los bombardeos, las ruinas, el intenso frío ruso y, sobre todo, el olor. A través de la peste a se dio cuenta de que aquello no era un sueño ni una ilusión. El olor de la batalla, mezcla de cuerpos en descomposición, comida putrefacta y materiales quemados; ese olor que le dijo que aquello era real y que él lo había vivido.
-Ella no te puede oír, ¿no ves que estás en Stalingrado?
La voz de Henri Beaumont le obligó girarse. Ahí estaba él, sentado, apoyado en un bloque de cemento del que salían muñones de hierro oxidado y retorcido, antiguas vigas de otrora algún edificio cercano. Guzmán se giró, apuntándolo con el Mosin-Nagant. El aspecto físico era totalmente diferente: sus rasgos eslavos, sus pómulos marcados por una mala alimentación y su uniforme de camuflaje no eran capaces para engañarle. Se trataba del espía francés de Mantua, aquellos ojos no podían ser disimulados.
>>¡Baja eso! ¿no ves que somos camaradas?
-¿Qué es todo esto?
-Quiero que recuerdes, nada más. Mira a tu alrededor: la guerra, los muertos, el hambre, el frío. Esto es la realidad del ser humano, la única Verdad: cazadores y presas. Supervivencia. Ven, sígueme, te quiero enseñar algo. Y ni se te ocurra intentar nada.
Henri se levantó, y corriendo encogido se metió por un corredor entre los bloques de escombros. Guzmán fue tras él. Cruzaron una plaza donde antes hubo una hermosa fuente y que ahora estaba cubierta de cadáveres. El hedor era insoportable, todo era muerte alrededor, el cielo gris, amenazando tormenta, acompañaba aquella imagen.
-¡Alto, alemanes!
El diabólico guía le indicó un parapeto de escombros. Se dirigieron hacia él sigilosamente.
-Esto es lo que te quería enseñar.
Guzmán miró desde un agujero en el muro. A unos trescientos metros había un grupo de alemanes y prisioneros. Eran civiles, la mayoría eran mujeres y niños. Frente a ellos lo que asemejaba un pelotón de fusilamiento.
El que parecía el jefe del pelotón dijo unas frases en alemán. No entendió nada. Tanto los soldados como los prisioneros, maniatados, guardaron silencio.
-¿No vamos a hacer nada?
-No seas estúpido -sentenció.
Apenas podía percibir la voz del germano, tan lejana. Le pareció oír algo en ruso, pero con un fuerte acento. Pedía información de las posiciones rusas a cambio de salvar su vida. Nadie contestó. El oficial sacó su Luger, se acercó a uno de los niños, lo tiró al suelo de una patada cayendo de espaldas y le apuntó a la cabeza.
-¿Tienes algo que decir, chico? -dijo, casi gritando, tanto que Guzmán lo escuchó perfectamente -¿Nada?
El niño guardó silencio, silencio roto por el disparo que lanzó un proyectil 9mm contra su cráneo, atravesándolo limpiamente. Quedó tendido en el suelo, inerte. Guzmán no podía dejar de mirar, impertérrito.
>>¿Alguien más quiere morir?
Los prisioneros empezaron a murmurar, aterrorizados. Una mujer, encorvada y oculta tras un pañuelo raído y sucio, se adelantó. El oficial se acercó, con el arma junto al pecho. La señora le dijo algo al oído, levantó un brazo hacia su izquierda, rompió a llorar.
El alemán, sonriente, apartóse a un lado, dándole la espalda a la señora.
-Matadlos -dijo en su idioma.
Los fusiles Mauser escupieron fuego y balas sobre los prisioneros, que cayeron sobre la nieve. Unos de bruces, otros arrodillados, según dónde impactara el proyectil. Guzmán se estremeció.
-Vámonos de aquí, es peligroso -Henri, con un pequeño golpe en el hombro de su invitado, llamó su atención.
Se internaron en un edificio cercano, uno de los pocos que aún conservaba una integridad estructural bastante digna. Subieron un par de pisos, se escondieron en una pequeña habitación, vestida con un vetusto papel y un montón de madera que una vez fue una mesa.
-¿Recuerdas? Todo esto lo vimos, tú y yo, hace más de sesenta años -Henri se dejó caer, lentamente, deslizándose por la pared hasta acabar sentado. Puso el fusil sobre sus piernas, cruzándolas-. Esta es una sola de las atrocidades que vimos y, por qué negarlo, en las que participamos. Aquí, en esta misma habitación hablamos sobre si habría algo más allá de la muerte, otra vida, un castigo por estas salavajadas en forma de enfermedades, o algo así. Yo te decía que sí, que nos reencarnaríamos, pero tú te negabas. Dijiste "eso no puede ser, solo tenemos una vida, ¡son supercherías!". No eras consciente de que hay algo más grande que tú y yo, de esta sucia guerra, algo más allá de ese cuerpo de Kamchatka que te sirve para moverte en esta dimensión. ¡Idiota! Ahora estás pagando por todo eso.
-No, no recuerdo esa conversación -Guzmán también sentado, estaba bajo la ventana, contemplándolo-. Puedes estar engañándome.
-Mala memoria la tuya. Te pregunté: ¿Te imaginas poder trascender todo esto? ¿Vivir por encima de estos salvajes que nacen con el único fin de pagar sus errores con sufrimiento y muerte? Y no entendiste la pregunta. Te estaba ofreciendo lo mismo que te ofrezco ahora. ¿Quieres Trascender? Eres poderoso, Alessandro, podrías ser mucho más de lo que eres. Debes ocupar tu lugar en el universo como Señor, y no como eso que eres ahora, casi un cura.
-Beaumont, o como te llames. No me interesa.
El eslavo desenfundó su Tokarev con cuidado, sin que Guzmán lo percibiera. Se aprovechó de que, por su posición, la cartuchera quedaba lejos de su campo de visión.
-Voy a repetirte la pregunta. ¿Quieres ocupar tu lugar en la Creación?
-No.
-Entonces no me queda más remedio. La historia se repite. Adiós, Alessandro, Guzmán, Viktor Aleksandrovich o como quieras llamarte.
Le apuntó con su arma a la cabeza, transmutando su rostro al de la criatura de grotescos rasgos que había visto otras veces. Sonrió, burlón.
-Hasta la próxima.

En la cama de la habitación Luna contempló cómo las facciones achinadas de su compañero reflejaron el terror de la ejecución que estaba a punto de suceder en la ensoñación. Instintivamente supo qué estaba sucediendo. Agarró fuertemente a Guzmán, levantándolo y trayéndolo hacia ella para abrazarlo. Oyó el eco de una detonación. Unas lágrimas se escaparon de sus grandes ojos oscuros.

lunes, septiembre 08, 2008

Sombras (VI)


-Recuerdo muchas cosas, creo que toda mi vida como Alessandro Colonna -pues así se llamó-. Se ve que fue, o fui, mejor dicho; un mercenario en la zona de Milán. Logré suficiente prestigio y alcancé el cargo de comandante de las fuerzas de mi señor, un tal Gonzaga, que gobernaba la ciudad de Mantua -Luna asintió, aquello concordaba con lo que había escuchado un momento antes-. Pasado el tiempo investigué a un hombre, creyendo que era un espía del rey francés, por mi cuenta y riesgo, y con suma discreción para evitar levantar sospechas. Conseguí que confiara en mí, y cuando estuve a punto de revelárselo a mi señor el traidor, ese bastardo francés me engañó, adelantándose a mi acción.
-¿Crees que puede ser él quien te está perturbando?
Guzmán, agotado, estuvo unos segundos pensando en la pregunta. Se esforzó en intentar relacionar las caras y aunque tenía claro que se trataba de la misma criatura le costó confirmarlo.
-Sí, creo que sí.
-Cariño, ha sido un día muy duro -ella, conciliadora, pasó una mano sobre los hombros de su compañero, le besó en la sien y susurrando continuó-, vamos a dormir, que lo necesitas.
A las cuatro de la mañana se metieron en la cama. Guzmán no tardó en sumergirse en las profundidades más oscuras del océano de Morfeo, mientras Luna, despierta y preocupada, no dejaba de observarlo. No podía dormir, angustiada por la inquietud que la reconcomía. No remitía el miedo de que ese extraño demonio del pasado tomara posesión de aquel frágil y alargado cuerpo. Sus temores no eran para nada infundados, pues recordaba como si hubiera sido ayer cuando aquello mismo le ocurrió a su hermana mayor.
-¡Luna, sálvame!
Todas las noches soñaba con lo mismo. Su "tata" retorciéndose, convulsionándose, hablando en extrañas lenguas. Los médicos yendo de una esquina a otra en la habitación, con sedantes que no surtían efecto y camisas de fuerza destrozadas. Nadie entendió qué le ocurría, y por mucha medicación no conseguían remitir aquellos extraños ataques de locura.
-Melania, ¿qué te pasa? -preguntó la pequeña Luna, que con siete añitos estaba clavada en el suelo al lado de la cama donde su hermana mayor descansaba entre ataque y ataque de aquella supuesta epilepsia.
-Ven, dame la mano -dijo la primogénita, de dieciséis años-, dame, quiero enseñarte una cosa.
-¿El qué? -sorprendida y atemorizada, dudó en acercarse.
-No pasa nada, no tengas miedo, peque -su hermana, con sus gráciles bucles dorados cayendo sobre su rostro sudoroso y marcado por el cansancio y el dolor, sonrió-. Confía en mí.
Dejó caer el brazo derecho de la cama, lo levantó ligeramente para acercarlo a la mano que, temblorosa, Luna se atrevió a aproximar. Con un rápido movimiento Melania atrapó los pequeños dedos de su hermanita, que no supo reaccionar. El rostro de la mayor cambió, desfigurándose y tornándose tétrico, oscuro y macabro. Había atrapado a la niña. Era suya.
Todo se hizo oscuro para la pequeña Luna, sintió cómo sus ojos eran incapaces de sentir rastro alguno de la luz artificial que pobremente iluminaba la habitación. Los cerró, aterrorizada.
-¡Abre los ojos!
Era la voz de su hermana, distorsionada y lejana, que ordenaba una acción que ella se resistía.
-¡No! -gritó- ¡Tengo miedo!
-¡Hazlo! -Esas dos sílabas la obligaban. Se resistía, infructuosamente. Notaba cómo si algo tirara de sus párpados hacia arriba y hacia abajo, forzándola a mirar.
No pudo resistirse más. Empezó a vislumbrar figuras, algunas humanas, otras que no lo parecían. Sombras, luces, bocas que gritaban sin cesar, ojos abiertos que inyectados en sangre miraban buscando un punto de fuga en el que cercenar aquella existencia terrorífica. Una criatura reptiloide, de ojos amarillos y largos dientes se fijó en ella. En menos de una décima recorrió unos doscientos metros (como si fuera a cámara rápida, dijo cuando le preguntaron), poniéndose en cuclillas para disminuir la diferencia de altura entre ambos y situando su hocico a cuatro dedos de su nariz.
-Bienvenida al mundo real, Luna. ¿Por qué te estás meando? ¿Qué clase de miedo puedes tener? Nosotros somos la auténtica Verdad, y no eso que tú misma quieres creer. No tengas miedo.
Esa extraña criatura no hablaba, se comunicaban telepáticamente.
Luna miró al fondo, a la mesa situada a unos tres metros al fondo. En ella estaba maniatada su hermana, al igual que había visto en el mundo real en su cama, pero con la diferencia de que estaba desnuda y que otra extraña criatura, de mirada hipnótica, alas vampíricas y piel negruzca, tenía una mano dentro del cráneo y otra en la caja torácica de Melania.
-¿Por qué le hacéis daño?
-No le hacemos daño. Estamos sanándola.
-¿Sanándola? -tembló su voz infantil.
-Sí, pequeña. Tu hermana ha venido a un mundo donde los fuertes son sometidos por los débiles, los cobardes aprisionan a los valientes y los necios estrangulan a los sabios. Esa corrupción ha llegado hasta su interior y estamos sacándosela.
-Pero sois malos, ella sufre.
-Toda cura es dolorosa, Luna.
-¡No! -gritó- ¡Mientes! ¡Es todo mentira! ¡Sois malos y hacéis daño a mi hermanita! -dio un manotazo al escamado morro, y corrió hacia su hermana mayor- ¡Melania, vuelve! ¡Reacciona!
Aquel grito sorprendió a los dos extraños entes de la visión, el reptiloide trastabillando y el ser alado viendo sacadas sus manos del cuerpo de Melania que, gracias a la acción de su hermana, había salido de la inconsciencia inducida en la que se encontraba.
Luna abrió los ojos, estaba en los brazos de su madre, que de un manotazo había separado a las dos hermanas. La más pequeña de las dos jadeaba, empapada en sudores fríos y temblando por una fiebre repentina que se alargó durante dos semanas. La mayor, con los ojos cerrados, parecía estar en paz.
No lo supo hasta muchos años más tarde, pero había salvado a su hermana de aquellas criaturas. Tampoco relacionó con aquellos hechos, que pasaron a su memoria en forma de mal sueño, la debilidad física que la acompañó desde entonces.

-No te preocupes, Guzmán. Yo cuidaré de ti. Ahora duerme, mi amor.

jueves, septiembre 04, 2008

11:59


Estoy sentado sobre el minutero,

en el infinito camino,

cuando miro más allá

siempre veo lo mismo:

unos ganan, muchos pierden;

todo vuelve a empezar.

Todo menos el óxido

de las agujas,

que se acumula

como herrumbre que es,

rompiéndolo todo.

Liberándolo.

Creando algo nuevo,

desde la sagrada

anarquía

de la destrucción.

Nueve... diez... once...

doce cadenas.

¿Por qué las arrastras?

¿Acaso quieres?

Desde aquí veo como

todo

acaba quedando atrás.

Tú también.

¿Por qué te quedas?

¿Acaso quieres?

No lo entiendo.

¿Por qué continúas

atado al XII?

Ah, ya. La hipoteca.

martes, septiembre 02, 2008

Sombras (V)


-¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
Luna, sorprendida y soñolienta, no supo cómo encajar la petición que acababa de escuchar.Lo primero que le dijo Guzmán, que entró en casa acelerado, nervioso y fuera de sí; al verla fue que preparara una sesión de hipnosis regresiva. Lo estuvo esperando despierta, luchando contra la sonrisa de Morfeo que la invitaba a cerrar los ojos, sentada en el sofá y jugando con el gato. La televisión estuvo encendida hasta cerca de las tres de la mañana (que fue cuando escuchó el familiar sonido metálico del llavero de su compañero) escupiendo anuncios, sin embargo su cabeza estuvo pendiente del teléfono o de la puerta. El campaneo metálico del llavero, aquel sonido familiar que siempre avisaba de la llegada de su compañero la alivió, apagando la caja tonta de una forma instintiva y levantándose apresuradamente para recibirlo.
-Sí -dijo él, con paso firme y decidido, tan decidido como la fuerza que surgía de sus ojos y tiraba de aquel cuerpo alargado, huesudo-. Es necesario.
-¿Por qué quieres hacer algo así?
-Alessandro.
-¿Perdona?
-Sí. Alessandro. Yo. He de saberlo.
-¿Y si te paras y empiezas a hablar como una persona normal? Estás muy alterado, relájate y explícame qué ha sucedido -no pudo evitar que Guzmán le rebasara, tomándole la mano y arrastrándola hacia la sala de estar. -¡Suéltame! -a duras penas logró no trastabillar mientras intentaba seguir el ritmo de aquellas largas zancadas.
La liberó una vez estuvieron en la habitación. Una lámpara de lectura, de casi medio metro de altura, vestía los sobrios muebles de unos difuminados tonos ocres. Sobre la mesa languidecían las velas que encendieron unas horas antes, cuyas llamas bailaban espasmódicamente al son del aire generado por los bruscos movimientos de la pareja.
-¿Me vas a contar qué ha pasado? -Luna, demasiado empática como para poder evitar que la agresividad que había irrumpido sin piedad en el apartamento no calara en sus frágiles nervios lo abofeteó- ¡Guzmán, céntrate!
Funcionó.
-Perdona.
-Ya -dijo sin ocultar la desconfianza y el malestar que la dominaban-. He estado muy preocupada por ti, ¿sabes? Lo he pasado muy mal. A ver cuando dejas de hacerte el héroe salvaalmas y dejas de trabajar a las tantas.
Mientras, su compañero sintió cómo el universo se le venía abajo. El cansancio, el estrés y el cóctel de extremas sensaciones que tenía dentro del cuerpo explotaron al unísono, dejándolo clavado e inutilizando la poca racionalidad que continuaba operativa. Sin embargo, una idea continuaba en su mente.
-Luna, por favor, baja la voz -dijo mientras se dejaba caer sobre el sofá, en el lado contiguo a la lámpara de lectura. Una vez se acomodó, acción que le costó más segundos de lo habitual, tal era su mal estado de conciencia, golpeó dos veces la mitad libre, indicándola que se sentara-. Por favor, ven y te cuento.
Se sentó.
-Bueno, después de que te llamara fui a la casa de don Eleuterio. Accedí a él, le busqué pero no le encontré. Cuando me di cuenta estaba en una especie de palacio del Renacimiento, y escuché la voz del ente que aparece en mis sueños. Sí, Luna, también el del accidente. No dejó de llamarme Alessandro, incluso mencionó "condottiero".
-Y quieres hacer una regresión para saber a qué se refiere.
-Sí.
-No -dijo, reforzándolo con la cabeza-. No estás para algo así. Mírate, si te mueres de sueño; además, en alguien como tú, con tantas vidas pasadas a tus espaldas, puede ser peligroso. Puedes traer fantasmas del pasado a tu vida actual, o lo que es peor, pasármelos.
-Confía en mí, aún estoy suficientemente despejado. Además, he de saber quién es y qué relación tengo con él. Solo hasta que lo descubra, y luego me despiertas.
La muchacha retiró un mechón de su cabello rizado, moreno, que escapó hasta cerca del ojo derecho.
-No me convences -dijo, aparentando una firmeza que no existía.
-Creo que será mejor que me ayudes. Seguramente si me duermo él volverá, y no podrás ayudarme.
-Uhm... -dudó- está bien. Ayúdame a prepararlo -se giró, buscando algo de incienso con el que ambientar la sala.
Guzmán sonrió.
-Luna, te quiero.
Una descarga eléctrica atravesó su frágil cuerpo, paralizándola. No recordaba cuando fue la última vez que escuchó aquellas palabras, llegando incluso a dudar si fueron reales o pura imaginación, una ilusión provocada por el cansancio y aquella situación anormal.
-¿Perdona? No te he oído bien.
-No -contestó distraído, mientras se dirigía hacia la cocina-, nada.

Prepararon la sala de estar para la regresión hipnótica. Anubis, el gato, se sentó al lado de su dueña, atento a todo.
-Voy a contar hasta cinco y cuando llegue al cinco caerás en un profundo sueño. Uno... dos... tres... cuatro... y cinco.
Guzmán, que escuchaba su dulce voz, se sumergió hasta profundidades de la mente que nunca había alcanzado. Su respiración profunda revelaba su nivel de relajación. Estaba a merced de ella.
-Sientes como todo tu cuerpo cada vez pesa menos, y menos, hasta que ya no pesa nada; hasta que no existe. Tu cuerpo astral también empieza a perder consistencia, transparentándose. Tu cuerpo etérico, sin ningún lastre, puede viajar por tus vidas anteriores. Viajas hasta la vida en la que tu nombre fue Alessandro, y tu profesión condottiero -realizó una breve pausa, dándole tiempo para adaptarse a su nueva situación-. ¿Ya eres Alessandro?
Un "sí" se escapó de entre los labios entrecerrados de Guzmán.
-¿Dónde estás?
-Estoy con mi madre, me acuna en sus brazos.
-¿Qué edad tienes?
-Acabo de nacer.
-Vayamos más adelante. Ahora tienes veinte años. ¿Dónde estás?
-Estoy en el bosque.
-¿Qué ves a tu alrededor?
-Veo hombres muertos, un campamento incendiado. Pendones de Francia y de Milán tirados en tierra.
-¿Dónde estás?
-Cerca de Fornovo.
-¿Estás en una batalla?
-No, ya no. Mi espada está ensangrentada. Es de noche. A mi lado hay hombres, son de confianza.
-¿Eres un soldado?
-No, soy un mercenario.
-¿Para quién luchas?
-Para Venecia.
-¿Quién es tu señor?
-Ridolfo Gonzaga.
Luna hizo una pausa, aquello no le interesaba. Decidió avanzar un poco en el tiempo.
-Muy bien, Alessandro. Vamos a avanzar. Ya eres adulto, estás en un palacio. ¿Lo ves?
-Sí.
-¿Qué edad tienes, Alessandro?
-Treinta y dos años.
-¿Donde estás?
-En Mantua.
-¿En el palacio?
-Sí.
-¿Qué oficio tienes?
-Soy comandante de las fuerzas de Francesco Gonzaga.
-Ahora nos trasladamos hacia el momento más importante de tu estancia en Mantua, ¿de acuerdo?
-Sí.
-¿Puedes describir lo que ves?
-Estoy en una sala oscura, con otro hombre. Es un francés.
-¿Qué puedes decirme de él?
-Es un hombre peligroso, es espía del rey Luis XII. Cree que soy de los suyos, le he tendido una trampa a él y a sus esbirros. Para ello debe creer que voy a hacerlo.
-¿Qué tienes que hacer?
-Eliminar a Francesco Gonzaga y a toda su familia, tomar la ciudad con mis tropas y convertirme en gobernante. Una vez lo consiga las tropas francesas iniciarán la invasión de Lombardía.
La hipnotizadora se quedó muda, intentando imaginar aquel cuerpo tan frágil como agente doble en una conspiración. Consideró la posibilidad de interrumpir la sesión, sin embargo decidió continuar con aquello.
-Ahora estamos en el momento en el que vas a consumar tu plan. ¿Qué sucede?
-He enviado algunos hombres a las estancias de Gonzaga y su familia, para protegerlos. El francés va a actuar hoy, a medianoche. Yo me encargo de mi Señor. Está dormido -Las facciones de Guzmán se pusieron tensas, sus ojos se abrieron de par en par, en una expresión de terror-. No puedo moverme, algo va mal.
-¿Qué ocurre?
El hipnotizado empezó a moverse como si intentara soltarse. De repente se detuvo, levantando el abdomen y hundiendo la cabeza en el reposabrazos del sofá.
-Estoy inmovilizado. Forcejeo. Alguien pone el filo de una espada en mi cuello. Me han capturado. Sudo, me va a matar. Me va a matar.
-Voy a contar hasta cinco -dijo apresuradamente Luna, intentando sacarlo de tan embarazosa situación-, cuando llegue a cinco vas a despertar, y recordarás todo lo que ha pasado como si no te hubiera pasado a ti, como si se tratara de otra persona. Uno...
-Maldito traidor francés, ¡soltadme!
-Dos...
-Mi señor, ¿qué es esto?
-Tres
-¡Es él quien pretendía asesinaros! -El rostro de Guzmán se congestionó. Gritó- ¡Es una conjura contra vos y me va a eliminar!
-Cuatro...
-¡No, mi señor, sus acusaciones son falsas!
-¡Cinco!

-Guzmán, ¿estás bien? -se interesó Luna, mientras le acercaba un vaso de agua fresca.
-Sí, sí. Estoy mareado.
-Es normal -le tranquilizó-, suele pasar en sesiones tan movidas como esta.
-¿Cómo ha ido? -se interesó- ¿Ha salido bien?
-Creo que sí -sonrió Luna, parecía que no había quedado ninguna secuela de tan violenta regresión. ¿Crees que podrías explicar qué ha sucedido, qué has recordado?