He vuelto.

sábado, enero 30, 2010

tímida

mírame a los ojos mientras te follo

dices que eres tímida
que te cuesta mirar a los ojos
pero... joder
estoy encadenado a ellos
cadenciosamente
azules
como los míos, pero
diferentes, como tú y yo:
cartas extrañas
en la misma baraja
trucada

te pido que me mires
te lo pido y me haces caso
pero te cuesta
como si te quemara
y los cierras
y te digo: -ábrelos
me haces caso
pero
poco

me encanta

los vuelves a cerrar
y después me preguntas:
-¿es que nunca cierras tú
los ojos?
-¿para qué?
¿para perderme el espectáculo?

lunes, enero 11, 2010

Pestañas

Cada una de sus pestañas era como una fina y pequeña cuchilla que me cortaban el alma cada vez que sus párpados caían como sólo ella sabía dejarlos caer. No necesitaba más para arrastrarme a su terreno para después lanzarme en el pozo sin fondo del deseo y ser su títere. Le gustaba sentir dolor, pero sólo cuando nuestros cuerpos luchaban en un tête-à-tête de cuero, látex y piel. Era caprichosa, al igual que las marcas que dejaba en mi cuerpo mientras la vorágine de nervios excitados enterraba su mojigata y habitual forma de ser.
Se ha marchado. Miro la hora: las doce del mediodía. La cabeza me da vueltas después de todo lo que bebí anoche. Los libros están esparcidos por la habitación, hay restos de ceniza. Me pregunto si volveré a verla, y si realmente quiero hacerlo. Estoy muy mal: tengo el cuerpo dolorido y amoratado, y hay restos de sangre en las sábanas. Sé que es de los dos. Puedo olerla todavía. Me excito. Su aroma me recuerda a todo lo que pasó la noche anterior, en cómo la conocí a la salida de la discoteca y acabamos en esta habitación. Fue todo tan rápido que incluso me parece sacado de la fantasía de un pajero quinceañero que lucha por encontrar nuevo material porno en la época de los módems de 56K. Taxi y hasta aquí. Es su habitación. Es su casa. Me levanto y decido darme una ducha.
Miro mi desnudez en el espejo: la barba de tres días, el tatuaje en el hombro derecho, la sangre reseca. Pienso que voy a necesitar una gran excusa que contarle a mi pareja, intento encontrar alguna y acabo decidiendo que lo mejor será contárselo. Ella ya me conoce. Y si se enfada me va a dar igual, tampoco va a pasar nada si la pierdo, así es la vida. Sí, me gusta, creo que se lo diré cuando empiece a insultarme y, quién sabe, a lanzarme cosas.
Me meto en la ducha y abro el grifo. El agua hierve, irritando las heridas. Duele. El dolor me traslada a anoche, a la diosa castigadora que me infligió tanto que me ha hecho perder el norte de mi vida. Cierro los ojos y la veo sobre mí, mirándome y con sonrisa de loca. Es una bestia desbocada, y lo único que hice fue decirle 'hola, ¿nos acostamos?'. Algo tuve que haber despertado sin querer, estas cosas no me pasan nunca y lo que suelo recibir como respuesta son risas o alguna mala mirada; pero no, ella me miró como una poseída por el mismísimo diablo, y entreabrió los labios. La siguiente vez que los entreabrió así fue para morderme el pecho ya sentada sobre mí y herirme.
Pasó la lengua por sus labios cubiertos con mi sangre, esparciéndola. Y luego me besó, y me mordió el labio. Fue salvaje, un ritual animal donde millones de años de evolución se esfumaron triturados bajo el peso del animalismo que nos recorría. La mordí en un pezón y gritó de dolor, y de pasión. Cuanto más sufría, más se excitaba, y más me excitaba yo también. La abofeteé girando su rostro, y al volver a mirarme sus ojos ardían con aún más fuerza. Se lanzó sobre mí, y se sentó exhalando de un golpe los últimos restos de consciencia que le quedaban. Empezamos a movernos al unísono, violentamente. Nos mordíamos, apretábamos, y nos estrangulábamos. Follamos sin parar. Fue salvaje.
No sabría decir si mientras duró me gustó, tengo un recuerdo enfrentado: lo más a lo que puedo asociarlo, y aún así ni de lejos se le asemeja, es lo que puedo vivir en una montaña rusa. Ahora que ya ha pasado lo único que sé es que nada volverá a ser igual. Creo que la amo.
Estoy muy excitado. Dijo que volvería pronto. Salgo de la ducha. Escucho sus llaves y miro hacia la puerta. Sonrío. Es ella, y trae nata.

martes, enero 05, 2010

la corona

la miro, vacío, a los ojos,

y veo que está muerta.

y me dice: 'hola'

pero está muerta.

sus gestos son pesados,

su voz cadenciosa

pero rota

rota por los golpes por las palabras

rota por la tumba a la que entró

voluntariamente.

treinta y ocho años

y diez mil de resto humano.

y aún guarda la foto del verdugo

en la pared, tras ella, coronándola,

y la lleva siempre encima

aunque esté desnuda

porque está muerta

y solo recuerda la foto

domingo, enero 03, 2010

respiración

Acelero y escucho cómo el motor responde con su ronroneo agresivo. Atrona Megadeth en la radio del coche (gracias Tanya, nunca le presté atención al señor Mustaine hasta que apareciste tú con tu verborrea y tu sexo latinoamericano) mientras miro de reojo el reloj. Las dos de la mañana. Y no hay nadie en la ciudad, está todo desértico tras la orgía politoxicómana anticrisis de pocos días antes. Porque ya estamos en dos mil diez y durante un día aquí no ha pasado nada. Miro de reojo el reloj, mientras mantengo mi atención en las señales de la carretera que me indican mi destino, pero no estoy ahí, es sólo conducir. Mi cerebro, mi condenado y cada vez más desgastado cerebro hambriento de silencios con olor a cuerpo femenino y preso de sí mismo; quiere respuestas.
¿Pero por qué quiere respuestas?
¿Qué respuestas quiere oír?
No lo sé.

Lo único que se me ocurre es: respiración. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Respiración. Es, quizá, la forma de escapar de uno mismo, de hacer caer la cerradura. Mientras pienso en la respiración no pienso en todo lo demás que me suele rondar por la cabeza, y que, joder, no es yo. Lo noto cuando busco frases, como la primera, o segunda, o la última que escribí ayer. La buena, la que lo domina todo, la que alfa-omega el texto, nace tras respirar, y luego ¿por qué contengo la respiración si sé que esa frase ya ha pasado al olvido y lo único que queda es la humedad de las gotas de rocío que tuve por unos segundos en las palmas de mis manos temblorosas? Creo que es eso, pienso en anotarlo pero cuando lo haga estaré en casa y me habré olvidado, dejando tan solo un resquemor de 'idea buena perdida', con un 'otra puta vez' delante, detrás, en medio, sobre, bajo, antes y después de. Yo no respiro. Yo tomo oxígeno, el necesario para sobrevivir, y echo el dióxido de carbono sobrante, como la máquina biológica que soy. Y analizo los aromas, y recuerdo la rubia a la que le dejé el coche la otra noche salvándole la vida como ella misma dijo, y me imagino su olor, sus olores. Me obsequio una sonrisa forzada: no estaba mal la muchacha.
Soy una puta máquina que no sabe vivir, por mucho que diga en mi carné de identidad que nací y que estoy vivo. Y todo porque no respiro, por tanto: ¿qué exhalo? Nada. Ruedo de inercia como siempre he hecho, contra una pared. Tomo una rotonda y mi cerebro viaja a uno de los mapas multijugador del Half-Life en una partida arruinada por el lag, donde los personajes aparecen corriendo contra la pared, o en el aire en perpetuo e inútil movimiento. Así soy yo, víctima de la latencia bajocero porque no sé respirar, y otra rotonda.
Seguramente ésa sea una buena respuesta a la pregunta. No lo sé, y mientras atravieso el siguiente pueblo asumo lo que hay, que lo olvidaré y seguramente en otro momento volveré a recordarlo o a llegar a una conclusión similar, y me arrancaré una sonrisa falsa recordando otra chica y lo que pudo ser y no fue porque no respiro.