He vuelto.

lunes, abril 20, 2009

morfina...


...entre tus labios y mi pulgar.

...entre tu pelo y mis dedos.

...en tu sonrisa porque lo imaginas:

tu piel desnuda me lo revela,

tan cerca de la criatura polícroma

de tu escote.

Polícroma. Policroma. Croma. Roma.

Diosa romana -> me lees la mente.

Ya no sonríes. Ahora es otra cosa.

Me enseñas los dientes sin querer,

apenas se dejan entrever

tras la entreabertura,

Mark Sandman sigue muerto.

Low-fi y luces tenues

y tu maquillaje echado a perder

tan cerca de la frontera de tu boca

(donde puse mi primera huella).

Y el corazón que no late susurra

movimientos cadenciosos, sin prisa,

jodidamente rítmicos, miméticos, mesiánicos,

a su manera tántricos. Mortalmente críticos,

condenados a un in crescendo nihilístico,

hasta la muerte, petite ou grande mort,

...la mort... et aussi la mort...

i també aquesta nit seremos parte del disco:

morfina, tú, yo.


Prepárate.

jueves, abril 16, 2009

Sophie

Sophie... mi Sophie, crupier del palo de corazones, si me vieras aquí sentado acordándome de ti; somos tan diferentes, tú... hermosa como una estatua griega, lástima que de todo lo que te pusieron en el cuerpo no hubieran resevado al menos un poquito para metértelo en la cabeza. Joder, tan solo quería conocerte, hablar contigo y escucharte, no limitarme a follarte como un objeto, como todos esos que te ponen como una perra. Yo quería hacerte el amor lentamente, explorar las intimidades de tu cuerpo y redescubrir la sensualidad de los pequeños gestos, las caricias que, casi sin querer, erizan la finísima piel que recubre tus huesos. Ahora lo único que acaricio es el borde de un vaso vacío con el poso del café resecado por el paso de los días sobre la mesa, acompañando otros con otros contenidos, con otros matices y gustos dejados en el paladar. Del alcohol puedo extraer sensaciones intensas, brutales, eléctricas, que me hacen revivir el olor de tu pelo, la sinuosidad de tus curvas; el sabor del café me recuerda las noches que pasamos en vela, de los claroscuros de tus carnosos labios entreabiertos, labios que invitaban más a una sesión de sexo salvaje antes que a lo que yo quise darte.

La gente no cambia. Tan solo van rotando las máscaras. Y yo te creí, creí tu disfraz y pensé que una diosa del sexo regalaría fuego al hielo de mi paranoica cabeza; las únicas llamas que conoces, para tu desgracia, son las del dinero. A mí se me acabó, y te marchaste. Como todas las diosas del sexo, como todas las estatuas griegas que he conocido: interés. Será que soy idiota y esperé algo más, ahora el silencio se apoderará de tu lado de la cama hasta que encuentre otra, vuelva a creerme sus mentiras y acabe igual, no peor ya que, como comprenderás, estoy acostumbrado. Quizá te escriba una canción, un poema, o un relato de treinta líneas donde acordarme de ti y de cómo clavaste tus avariciosos dientes en unas dentelladas ya marcadas. Esta noche un bourbon a tu salud y a seguir riendo, mañana me acordaré de ti, dentro de veinte años no lo sé, espero que no acabes casada con un rico gilipollas que te tiene de jarrón mientras te acuestas con críos veinte años menores que tú para poder encontrar algo del cariño que desperdiciaste cuando estabas como un tren y sólo querías follar como si fueras un tío.

Cada uno tiene sus prioridades (y ahora, tú no lo eres).

martes, abril 07, 2009

El banco del cementerio

"¿Qué se debe oír ahí dentro?", murmuro entre dientes. Estoy sentado en uno de los bancos frente a las hileras repletas de cadáveres en descomposición de lo que antes fueron personas como tú, como yo. Aquí fuera, aun en silencio, es fácil escuchar a los pájaros o el ronroneo de alguno de los gatos que vienen atraídos por mi presencia, ¿y ahí?, madera, clavos, gusanos devorando músculos, tendones y arterias hasta dejar los huesos que más pronto que tarde acabarán en un osario perdiendo su identidad. El cementerio es un lugar mágico, por alguna de las calles que hay a mi alrededor están enterrados mis abuelos, mis bisabuelos y sus vidas, y yo no sé si acabaré aquí, quemado u olvidado en alguna cuneta. Olvidado como ellos. ¿Y si resulta que al ser enterrado no estás muerto y abres los ojos y no ves nada? Todo negro, joder, recuerdo las historias que escuché sobre casos como ése y se me pone la piel de gallina al imaginarme con las uñas reventadas de tanto rascar, y la garganta rota de tanto gritar; pero por suerte es virtualmente imposible acabar así (por si acaso me tatuaré en el pecho: "si aparezco muerto pégenme un tiro, no sea que resucite"). Prefiero pensar en el silencio de la muerte, que convierte amores, heridas, odios y vendettas en lo mismo: en nada. Es un lugar tranquilo, y suelo venir cuando el estrés puede conmigo; sé que aquí nadie va a venir a molestarme. De vez en cuando me cruzo con viejas penitentes que arrastran tras de sí kilogramos de recuerdos y pecados, yendo a honrar a sus muertos, viviendo del pasado. Como el escritor que se da cuenta de que siempre escribe sobre lo mismo aunque cambien sus personajes, sus historias y la tinta de sus bolígrafos; hay que regar las flores, limpiar las lápidas y rezar por los que ya no están, al menos no pusieron flores de plástico para aparentar que sienten algún interés por recordar al fallecido, en explotar ese amor caradura que consiste en usar un trozo de mármol como valla publicitaria con un enorme "siempre nos acordaremos de ti" escrito en plata sobre negro. Alguna vez he pensado en cómo sería traerme una prostituta y hacerlo sobre las tumbas. Hay gente a quien eso le pone, yo siento escalofríos; los muertos con los muertos y los vivos con los vivos, soy de la extraña opinión de que mezclar burdeles con cementerios nunca será algo morboso, por muy decadente y grotesco que pudiera suponer ver la vieja puta, que me empeñaría en llamar Iris (métete mi polla en la boca, Iris, métetela hasta que te pongas morada y no puedas respirar), cuanto más toxicómana y más al borde de la muerte mejor, que susurraría "sí papito, hagámoslo" sin que pudiera ocultar una cara de asco por llegar hasta tal punto de perversión moral. Sus muslos estarían temblorosos, demacrados por la mala alimentación y su boca pintarrajeada de mala manera, justo como le pediría que hiciera si... pero no, no lo he hecho y no creo que lo haga. ¿O sí? Joder, que soy de los que respetan a los muertos y les pido consejo, que hoy todavía no he empezado a beber.

Sigo sobrio, en silencio, no hay ni siquiera un gato cerca, pero algunas bandadas de pájaros vuelan a lo alto y otros cantan. Creo que están ligando, intentando echar algún polvo para desahogar sus deseos más animales. Polvos reales, no como los polvos muertos que llevo encima y que yo mismo maté estrangulándolos con los cordones de mis zapatos. Por eso vine aquí, para velar por los polvos que no eché y que todavía no han enterrado (son míos, son yo, y conmigo acabarán) junto con las bocas que no mordí, los coños que no comí ni penetré y con los "buenos días" que no escuché. Como el que supongo acompañaría a la chica que tenía una sonrisa que era capaz de hacerme olvidar madrugones, enfados, discusiones... incluso mis propias depravaciones y mi nombre. Si supiera lo que pienso que haría si trajera a una ramera a este lugar, por suerte no me puede leer los pensamientos. Su número de teléfono se refleja en mis pupilas desde la pantalla del cacharro que sostengo en mi mano, hace tanto tiempo que no la veo que ella es el motivo por el que he venido hasta aquí para poder reflexionar. Tengo su número de teléfono y su nombre en la pantalla del móvil, y en mi cabeza la misma puta sonrisa que me ha hecho fracasar en tantas ocasiones y que es lo primero que me viene a la cabeza cuando, por lo que sea, algo me la recuerda: es difícil encontrar una repetición de lo irrepetible. Aprieto el botón de llamada y espero...

"¿Hola?, sí, soy yo..."

...un rato después cuelgo, busco a tientas el cuaderno y el bolígrafo mientras miro la hilera de lápidas y pienso en qué frase escribir: si "¿qué se debe oír ahí dentro?" o "tiene razón el que dijo que las cosas ocurren dos veces, una como tragedia y otra como farsa".