He vuelto.

martes, abril 07, 2009

El banco del cementerio

"¿Qué se debe oír ahí dentro?", murmuro entre dientes. Estoy sentado en uno de los bancos frente a las hileras repletas de cadáveres en descomposición de lo que antes fueron personas como tú, como yo. Aquí fuera, aun en silencio, es fácil escuchar a los pájaros o el ronroneo de alguno de los gatos que vienen atraídos por mi presencia, ¿y ahí?, madera, clavos, gusanos devorando músculos, tendones y arterias hasta dejar los huesos que más pronto que tarde acabarán en un osario perdiendo su identidad. El cementerio es un lugar mágico, por alguna de las calles que hay a mi alrededor están enterrados mis abuelos, mis bisabuelos y sus vidas, y yo no sé si acabaré aquí, quemado u olvidado en alguna cuneta. Olvidado como ellos. ¿Y si resulta que al ser enterrado no estás muerto y abres los ojos y no ves nada? Todo negro, joder, recuerdo las historias que escuché sobre casos como ése y se me pone la piel de gallina al imaginarme con las uñas reventadas de tanto rascar, y la garganta rota de tanto gritar; pero por suerte es virtualmente imposible acabar así (por si acaso me tatuaré en el pecho: "si aparezco muerto pégenme un tiro, no sea que resucite"). Prefiero pensar en el silencio de la muerte, que convierte amores, heridas, odios y vendettas en lo mismo: en nada. Es un lugar tranquilo, y suelo venir cuando el estrés puede conmigo; sé que aquí nadie va a venir a molestarme. De vez en cuando me cruzo con viejas penitentes que arrastran tras de sí kilogramos de recuerdos y pecados, yendo a honrar a sus muertos, viviendo del pasado. Como el escritor que se da cuenta de que siempre escribe sobre lo mismo aunque cambien sus personajes, sus historias y la tinta de sus bolígrafos; hay que regar las flores, limpiar las lápidas y rezar por los que ya no están, al menos no pusieron flores de plástico para aparentar que sienten algún interés por recordar al fallecido, en explotar ese amor caradura que consiste en usar un trozo de mármol como valla publicitaria con un enorme "siempre nos acordaremos de ti" escrito en plata sobre negro. Alguna vez he pensado en cómo sería traerme una prostituta y hacerlo sobre las tumbas. Hay gente a quien eso le pone, yo siento escalofríos; los muertos con los muertos y los vivos con los vivos, soy de la extraña opinión de que mezclar burdeles con cementerios nunca será algo morboso, por muy decadente y grotesco que pudiera suponer ver la vieja puta, que me empeñaría en llamar Iris (métete mi polla en la boca, Iris, métetela hasta que te pongas morada y no puedas respirar), cuanto más toxicómana y más al borde de la muerte mejor, que susurraría "sí papito, hagámoslo" sin que pudiera ocultar una cara de asco por llegar hasta tal punto de perversión moral. Sus muslos estarían temblorosos, demacrados por la mala alimentación y su boca pintarrajeada de mala manera, justo como le pediría que hiciera si... pero no, no lo he hecho y no creo que lo haga. ¿O sí? Joder, que soy de los que respetan a los muertos y les pido consejo, que hoy todavía no he empezado a beber.

Sigo sobrio, en silencio, no hay ni siquiera un gato cerca, pero algunas bandadas de pájaros vuelan a lo alto y otros cantan. Creo que están ligando, intentando echar algún polvo para desahogar sus deseos más animales. Polvos reales, no como los polvos muertos que llevo encima y que yo mismo maté estrangulándolos con los cordones de mis zapatos. Por eso vine aquí, para velar por los polvos que no eché y que todavía no han enterrado (son míos, son yo, y conmigo acabarán) junto con las bocas que no mordí, los coños que no comí ni penetré y con los "buenos días" que no escuché. Como el que supongo acompañaría a la chica que tenía una sonrisa que era capaz de hacerme olvidar madrugones, enfados, discusiones... incluso mis propias depravaciones y mi nombre. Si supiera lo que pienso que haría si trajera a una ramera a este lugar, por suerte no me puede leer los pensamientos. Su número de teléfono se refleja en mis pupilas desde la pantalla del cacharro que sostengo en mi mano, hace tanto tiempo que no la veo que ella es el motivo por el que he venido hasta aquí para poder reflexionar. Tengo su número de teléfono y su nombre en la pantalla del móvil, y en mi cabeza la misma puta sonrisa que me ha hecho fracasar en tantas ocasiones y que es lo primero que me viene a la cabeza cuando, por lo que sea, algo me la recuerda: es difícil encontrar una repetición de lo irrepetible. Aprieto el botón de llamada y espero...

"¿Hola?, sí, soy yo..."

...un rato después cuelgo, busco a tientas el cuaderno y el bolígrafo mientras miro la hilera de lápidas y pienso en qué frase escribir: si "¿qué se debe oír ahí dentro?" o "tiene razón el que dijo que las cosas ocurren dos veces, una como tragedia y otra como farsa".

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