He vuelto.

miércoles, septiembre 17, 2008

Sombras (IX)


-¡Despierta!
Luna palpó con la yema de los dedos índice y medio de su mano derecha aquel cuello alargado buscando algún rastro de pulso sanguíneo. El hecho de encontrarlo la tranquilizó levemente. "No está muerto", pensó. Sin embargo, ella sentía el corazón golpeando con fuerza su cráneo a un ritmo cada vez más acelerado. No sabía qué hacer, no podía contener la ansiedad que empezaba a tomar las riendas de su fragilidad emocional.
-¡Vamos, reacciona!
Le abofeteó.
Se llevó el puño izquierdo a la boca para ahogar un grito que luchaba por salir de su garganta, transformándolo en un mordisco que marcó su mano. Una desagradable sensación de ahogo se apoderó de ella.
-¡Tranquilízate! -se dijo, intentando convencerse de que aquello no podía seguir así. Estaba demasiado alterada para poder pensar con claridad. Había estado temiendo que aquello sucediera desde que empezó a percibir los malos sueños de Guzmán, cuando le explicó en qué consistían la preocupación de que algo malo ocurriera se hizo cada vez más tangible. De un salto se levantó de la cama y miró al radiorreloj. Los números rojos, tan fríos y digitales, le parecieron tan reales, fieles represenaciones del paso del tiempo, que llegaron a herirla. Doce minutos pasaban de las cuatro y media de la mañana. El cambio del doce al trece funcionó como un resorte que activó algo en su cabeza. Pensó en las horas, en los minutos, en el avance inexorable, cíclico, de los números que representaban la linealidad de la existencia y la futilidad que supone atarse al descontrol del no saber qué hacer. En el intervalo correspondiente al minuto catorce las cosas empezaron a volver a su cauce, aunque no logró recuperar la estabilidad. Seguía sin saber qué hacer, sin embargo había podido abandonar la peligrosa senda que lleva al ataque de ansiedad. Volvió a palpar el cuello de Guzmán, continuaba latiendo, eso sí, a un ritmo muy bajo. Continuaba de pie, frente a la cama, iluminada por la escasa luz que lograba filtrarse por la ventana y las cortinas. Respiró profundamente. Decidió intentar algo. Intentó relajarse, vaciarse de pensamientos, liberarse de la carga emocional que bloqueaba su capacidad sensitiva. No tardó en considerar que lo había logrado, más movida por la prisa y la sugestión que por una relajación real. Puso sus manos sobre el pecho del hombre que aparentemente estaba dormido. Se esforzó en no pensar en nada, en dejar la mente en blanco. Cerró los ojos. Controló la respiración, que entre inspiración y expiración duraba cerca de veinte segundos.
-Guzmán -Lo llamó-. ¿Estás ahí? -Nada. Todo era oscuridad.
-¿Guzmán?
El silencio era la única respuesta que encontró. La asaltó la posibilidad de que su mente consciente hubiera sido destruida, quedando aquel cuerpo como un vegetal, en el que únicamente los órganos vitales funcionaban por pura inercia.
-Estoy demasiado nerviosa -se dijo, intentando convencerse de que semejante posibilidad era imposible-. No puede ser eso.
Separó las manos del tibio cuerpo. "¿Realmente está perdido?", dudó. Se negaba a aceptarlo. Decidió intentar contactar con su cuerpo astral una vez más, para ello debía relajarse "de verdad, no como antes". Cogió la silla situada junto al pequeño escritori, la puso cara a la cama y se sentó en ella, dejando caer los brazos sobre las piernas y éstas sin cruzar. Cerró los ojos. Inspiró, expiró, volvió a inspirar. Un pitido la interrumpió. Gritó, asustada. Abrió los ojos, buscando el origen del sonido. Le costó reconocerlo. Había sido el teléfono móvil, avisando que su batería estaba próxima a agotarse. Se levantó y lo cogió, con intención de ponerlo a cargar. Lo mantuvo en su mano, pensativa. "Ella me ayudará". Pensó en su hermana, Melania. Hacía por lo menos un mes que no hablaba con ella, pero era la persona en quien más confiaba. Siempre estuvieron muy unidas, sobre todo después de un extraño suceso que ninguna de las dos podía recordar sino de una forma muy vaga y orínica. Ella, su hermana mayor, su primogénita, sabría que hacer; eso pensó. Buscó su nombre en la agenda del pequeño aparato.
-Aquí está.
Apretó el botón verde, confiando en poder escuchar una voz entre soñolienta y cabreada por haber sido despertada. Sentía que era su única esperanza.
-Vamos... cógelo... Melania...

La melodía hortera, una de esas canciones de moda, de un teléfono móvil invadió la habitación donde una pareja se revolcaba entre las sábanas. La estancia, de colores cálidos, amplia y generosa en detalles, transmitía sin embargo la frialdad del paso constante de diferentes cuerpos, caras y nombres por sus cuatro paredes de suit de hotel de lujo. Sobre la cama la espalda de una mujer rubia, de cabello ondulado y largo, detuvo en seco su movimiento sexual.
-Espera -dijo.
-¿Es tuyo? No lo cojas -contestó el hombre que, bajo ella, la miraba con lujuria y deseo.
-Cállate.
La mujer, de unos treinta años, se separó de su amante bruscamente. Desnuda y con cara de preocupación se dirigó hacia su bolso. El hombre, atónito, no podía creerse lo que estaba pasando. Sus duras facciones contemplaron cómo el voluptuoso cuerpo que hasta hacía un instante estaba sobre él se alejaba en dirección al origen de la cancioncilla que había interrumpido el que, hasta el momento, le había parecido uno de los mejores polvos de su vida. Abrió el gran bolso de la marca Dolce & Gabbana, rebuscó en su interior, acabando por asomarse para poder encontrarlo entre tantas cosas que llevaba dentro. Se sorprendió al ver que, de los dos teléfonos que siempre llevaba encima, el que estaba sonando era el personal, y no el corporativo, como a ella le gustaba llamarlo. El número del teléfono que sostenía en su mano solo lo conocían los familiares cercanos y un grupo muy selecto de personas, y rara vez era utilizado.
El nombre de su hermana ocupaba la pantalla parpadeante del aparato. Lo abrió, preparada para escuchar cualquier cosa.
-¿Acaso estas son horas de llamar? -dijo- Espero que sea importante... -dejó morir la amenaza en el aire.
-¿Pero tú no eras argentina? -denunció el hombre que, desde la cama, había conocido a aquella chica bajo el nombre de Valeria, nacida en Buenos Aires y que, supuestamente, vino para estudiar pero que se quedó enamorada de España y sus varoniles hombres.
-¿Qué ha sido eso? -se oyó desde el altavoz del teléfono.
-Espera, estoy contigo en seguida -contestó Melania, tapando el micrófono con la palma de la mano izquierda y bajándolo. Se giró, mirando hacia el hombre con el que estaba compartiendo lecho- ¿Qué pasa? ¿Acaso te crees todo lo que te dicen?
Entró en el baño, obviando las protestas provenientes de la cama.
-Ya. Dime Luna, ¿qué pasa?
-¿No estarías trabajando?
-Eso da igual, cuéntame por qué me llamas a las cuatro y media de la mañana de un viernes.
-Es Guzmán.
-Ah, ese novio tuyo. ¿Se le ha caído una maceta encima o qué?
-Está mal -intentó que su voz pareciera segura, que no transmitiera la ansiedad que la reconcomía-, no sé cómo explicártelo, es difícil de contar por teléfono. Por favor, ven.
El tono asustado, nervioso, de su hermana declararon que estaba sucediendo algo grave. No dudó en ir a su casa.
-De acuerdo. Voy para allá -y colgó. Salió del baño, contagiada por el nerviosismo de su hermana, buscando la ropa que había caído caprichosa y aleatoriamente sobre el suelo, parcialmente cubierta por la sábana. El hombre, entrado en carnes y peludo, la observaba sentado, con la espalda apoyada contra el cabecero de la cama, mostraba su falta de comprensión ante la situación.
-¿Dónde crees que vas? -exclamó- ¡No puedes irte!
-Tengo un problema familiar, guapo -contestó Melania, intentando apaciguarlo mientras subía el tanga por sus piernas-. Es urgente, he de irme.
-No vas a ir a ninguna parte, he quedado contigo para toda la noche, y aún casi ni hemos empezado -estaba furioso, el deseo sexual mal satisfecho se había convertido en rabia hacia la que hasta hacía poco había considerado como poco menos que una diosa del amor-. Maldita mala puta, ¡mírala, que se cree la reina del mambo, y ni siquiera es argentina!
-A ver, cariño, dos cosas -se ajustó el sujetador sin darle la espalda a aquel hombre. Había pasado por alguna que otra situación similar, y sabía muy bien que, si bien generalmente se quedaban en solo aquello, palabras, más valía prevenir y no perder el contacto ocular con un cliente insatisfecho-. Primero: Lo único que tengo es mi familia, nada es más importante para mí y no voy a dejar que nada me impida estar con alguno de los míos cuando tiene problemas -se ajustó la blusa, cogió el bolso, los zapatos y se dirigió hacia la puerta-, y segundo: ¡la tienes pequeña, follas de pena y encima hueles mal! -exclamó, desahogándose.
Con los tacones en la mano se dirigió hacia el ascensor, pensando en el camino más rápido para llegar a la casa de su hermana, en pleno barrio del Carmen.

No hay comentarios: