Las palabras mienten
cuando son escupidas
por bocas cortadas
por viejos billetes
de diez mil
y se demuestra falso
que jesucristo no nació,
el holocausto no existió
o que la redención humana
no es más que un cuento chino
para acallar silencios
incómodos.
El borrachuzo bizco y cojo,
con su amoralidad férrea
se ha puesto una maroma
en el cuello:
demasiado políticamente incorrecto.
El que se topó con algo
que no debía ver
muerde el polvo entre escombros
del hotel Palestina,
sonríen los cerdos de la guerra.
Los periódicos ya no calientan
ni protegen del frío,
la intemperie cristaliza
en cartas de amor a Perséfone
que nunca son correspondidas
como los aullidos de un lobo
en las catacumbas de la gran ciudad:
cacofonías de la tundra,
remanente aplastado
por la palabra de Dios,
por el dios de la Palabra.
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