A la semana blanca le siguió la roja, y a la roja la negra. Los anarquistas pusieron unas bombas y sonrieron: llenaron de tinta de colores las nubes y empezaron a llover arcos iris. La tormenta fue tan fuerte que hasta los grilletes de las celdas de castigo se oxidaron y "aquello-que-nunca-pudo-ser" sustituyó a Galimatías como sombrerero de ala ancha (y de los bombines. Nunca hay que olvidarse de los bombines).
Desde entonces las testas brillaron como nunca, tan lejos del gris de la semana blanca.
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