
No quiero saber nada de su prensa de calidad,
no quiero que me impongan su supuesta realidad,
no quiero oír su denominación de objetividad
ni saber de medallas tan lejanas a mi vecindad.
No soporto ver como ahora las rebajas
giran en torno a una desgracia en Barajas,
me repugna saber que basan sus ventajas
en vender el réquiem de las horas bajas.
¿Y esos muchachos, fuertes y sacrificados
por la oportunidad de ganar roscos metalizados?
Veinte años a la basura, gladiadores modernizados
para el pan y circo de psicópatas deshumanizados.
Todo es falso. La realidad no es esa,
sino aquello que todos los días pesa:
los lastres de una economía que regresa
al medioevo, a una sociedad presa;
no lo que nos venden como existente,
pero nuestros cerebros de idiota demente
tragan mierdas de consistencia inconsistente:
morbo, maquiavelismo y un Goebbels recurrente.
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