He vuelto.

lunes, julio 28, 2008

Anuncios por palabras: Visillera


Clara siempre fue una mujer de gustos inquietos. Su pasión era ir siempre a la moda, cambiando constantemente de estilo, refinándolo hasta extraer la máxima perfección posible y, una vez agotado, reinventase a sí misma. Quizá un corte de pelo extravagante, al gusto de París, o una atrevida combinación de colores. Muchos años, desde los quince, habían transcurrido desde que decidió ser la más perfecta entre las perfectas señoritas de la ciudad, convirtiéndose en líder de sus amigas y pesadilla de sus padres que con dificultad cuadraban las cuentas. Por suerte para ella era muy hermosa, y no tuvo dificultad en encontrar trabajo como dependienta en una tienda de ropa del grupo Inditex. Aquello fue su salvación: un buen día e su decimosexto año tuvo la satisfacción de enseñar la primera nómina a sus padres, hinchada por el orgullo y por la cantidad de prendas que compraría con ese dinero. Ellos, contagiados por la alegría de su hija la felicitaron. "Por fin nuestra hija ha madurado", pensaron equivocadamente. Tres horas después ese primer ingreso se había convertido en un montón de ropa llamativa y de baja calidad.

Pasaron los años y pronto encontró un chico que la hacía feliz. Durante su vida solo tuvo un novio, que cambiaba constantemente de coche, siempre a mejor. También cambiaba de cara y voz, aunque él, en sí mismo, era como un personajes secundario, plano y sin mayor personalidad que la que le dotaban los cosméticos masculinos, la depilación por láser o las drogas de diseño que consumía con pasión inconsciente. Ella tuvo que hacer algunos sacrificios. El instituto era un "rollo", jamás entendió por qué tenía que pasar medio día estudiando cuando podía obtener lo que quisiera cuando quisiera y como quisiera. "Los tíos son tan simples". Así se lo decía su experiencia. Un par de miraditas, un par de sonrisas y caían a los pies de aquellos ojos verdes. Pronto descubrió aquella fascinante habilidad. En una discoteca le bastaba con sonreír a uno de los muchos chicos que la miraban con cara de sexo para obtener primero un malibú con piña, luego y con el paso de los años una raya o una pastilla.

A los veintipocos, unos días después de un cumpleaños bastante movido, discusión con los padres por su despilfarradora forma de vivir incluida, tuvo una revelación. Había conseguido con facilidad todo lo que había deseado: Su experiencia en las tiendas de ropa la habían llevado a ser encargada, con un ligero incremento de sueldo y sus escarceos con el sexo opuesto a obtener una serie de ingresos indirectos en forma de cena, invitaciones, droga. Los demás vivían para ella, aunque solo le faltaba una cosa. Los visillos. Le dijo a su actual novio que estaba enamorada de él, que era el hombre con el que siempre había soñado y que ya tenían que vivir juntos en su casa. Unas miraditas y una buena mamada hicieron el resto.

Al día siguiente salieron a buscar piso. En pocas semanas estaban soltando firmas sobre una montaña de papeles. La hipoteca a treinta años e interés variable ya que cobraban poco (ella encargada de un Stradivarius, él obrero de la construcción y camello ocasional para pagar los vicios de ambos). Era la época del dinero barato. Cuando se dieron cuenta ya estaban casados y con unas llaves de un pequeño apartamento en el extrarradio de Valencia. Clara era feliz contemplando su casa de estilo minimalista, su decoración en constante cambio y celebrando de vez en cuando alguna fiesta a ritmo de flamenco pop donde ella era el centro de atención. Era la reina. El centro del universo, la cúspide de la creación.

Habían pasado los años. Recordaba aquella época con nostalgia y alguna lágrima, sobre todo de noche, cuando intentaba dormir sobre la cuota de una hipoteca reunificada, alargada a cuarenta años, con un marido cobrando por el paro un tercio de lo que ingresaba antes (es lo que tiene tener un salario en negro). "Maldito Zapatero, se ha cargado mi vida", le reprochaba al Presidente del Gobierno. Siempre hacía lo mismo: ella era perfecta, eran los otros quienes fallaban.

Son extraños los pensamientos que suelen venir a la mente de una visillera cuando observa la luna tras unas cortinas rojas. Y en la luna estaba, lejos de aquella habitación cutre con olor a cerdo muerto y un camionero sudoroso embistiéndola por poco más de veinte euros. "Clara, piensa en los visillos".
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La imagen: Mujer delicadamente amada por la luz y la sombra, foto de Douglas Stewart incluida en edición de "Tu más profunda piel", en Ultimo Round.

Bueno, ¿qué os parece el nuevo diseño?

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