He vuelto.

miércoles, octubre 31, 2007

Un loco en Egipto (I)

Como mi vida es muy aburrida y no me pasa nada interesante me he decidido a hacer un pequeño resumen de mi estancia turística (cómo odio esa palabra, pero por desgracia etimológicamente es la que me corresponde) en el país de los faraones, entre otros.

Egipto es un país de contrastes. Por una parte la majestuosidad de las pirámides, la esfinge, los templos; frente a calles sin asfaltar, asnos en dirección contraria, mentes esclavizadas por la religión. Mi abuelo dice que llevan un retraso de 50 años (coincidente con la dura posguerra española, que él vivió de lleno) pero creo que, más bien, se quedaron en 1788.

He de reconocer que mi primera impresión fue equivocada. Tras bajar del avión, entrar en el país pagando los visados y ver la autovía que comunica el aeropuerto con la ciudad pensé que, bueno, no estaba tan mal. Parecía una autovía normal, la gente respetaba más o menos los carriles, el aire contaminado se podía respirar (averiguaría después el motivo) y los coches relativamente modernos estaban mezclados con algunos cacharros con ruedas.

Cuán equivocado estaba.

El Cairo es una ciudad enorme, de 70 km de diámetro y 19 millones de habitantes. Sus edificios son gris-marrón, muchos de ellos inacabados (construyen las plantas superiores de las casas conforme los hijos van casándose), mostrando su osamenta de cemento armado. Se alternan casas tipo nivel adquisitivo medio español con chozas hechas de aquellas maneras. El cementerio está habitado, y no precisamente por gatos o ratas.

Pronto me enteré que dos días antes había llovido, limpiando la atmósfera. Menos mal. Cuando llegamos al hotel (Pyramids View o algo así, qué nombre más feo), en la zona de Giza, pudimos ver que, aún con el aire limpio, apenas se percibían las pirámides.

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