He vuelto.

miércoles, noviembre 28, 2007

El extraño desconocido

-He de reconocer que no te conozco. Para nada. Entraste en mi vida hace muchísimo tiempo, todos los recuerdos que tengo son contigo de protagonista, y sin embargo no te conozco. ¿Quién eres?
Hizo una pausa, aprovechándola para clavarla en lo más profundo de su interlocutor. Unos segundos después se levantó directo al armario donde guardaba las botellas de alcohol.
-¿Quieres algo? -dijo mientras abría la puerta. No se molestó en girarse, considerando el silencio de la sala como una respuesta negativa- De acuerdo. Nada entonces.
Cogió una botella ya abierta y entró, relajado, en la cocina. Encendió la luz. El sonido del hielo al chocar entre sí y con el cristal rompían de vez en cuando el silencio. Al poco apagó la luz, se dirigió hacia su silla, dejó el vaso con el amarillento whisky y dos hielos sobre la mesa, apartó la silla y se sentó.
-Has estado ahí, observándome unas veces, espiándome la mayoría. Lo sabes todo de mí y, si soy sincero, no sé por qué. ¿Qué quieres?
Obtuvo un largo silencio por respuesta. Lo miró intrigado, curioso. Clavó sus ojos en los de su rival. Se comportaban igual a los suyos. Se preguntó si estaría jugando con él.
No pudo soportar aquellos tizones azules durante mucho tiempo, cayendo los suyos sobre el hielo que empezaba a fundirse sobre la bebida alcohólica.
Los dos eran muy parecidos. El mismo color de ojos, el mismo pelo, la misma forma de la cara. Solo que uno bebía y el otro se limitaba a devolver las miradas y a burlarse de él imitando sus gestos.
-Debo reconocerlo. Nunca me había fijado en ti. Ahora que te miro más fijamente, ahora que te he encerrado frente a mí, que te he capturado, me doy cuenta de lo parecido que eres a mí y, a la vez, tan diferente. Tienes mi cara, tienes mis gestos. ¿Me copias?
Se estaba poniendo nervioso. Su interlocutor se dio cuenta de ello y, manteniendo su comportamiento, exageró sus gestos para reírse de la ansiedad de su secuestrador.
-Te mataría -dijo unos minutos después, tras una desafiante lucha de miradas-. Pero no puedo. No me preguntes por qué, porque te tengo a mi merced, y basta con que apunte mi revólver sobre tu asquerosa cara, apriete el gatillo y me olvide de ti.
Puso el arma de fuego sobre la mesa, entre ambos. Lo dejó.
-Ves, yo nunca hablo en broma. Ahí lo tienes, cargado y listo para disparar. Voy a volarte la cabeza, tu puta cabeza. Estoy harto de que me sigas, que me persigas, que te hagas pasar por mí apovechándote de nuestro parecido. Yo soy yo, y tú eres tú. Yo estoy aquí, y tú estás muerto.
Cogió el revólver, lo martilleó y apuntó en frente, estirando el brazo hasta hacer que el cañón rozara el rostro de su interlocutor. No veía nada, tan sólo cómo su mano y la parte trasera de la pistola ocultaban gran parte de la cara.
-La verdad es que tienes huevos. Pocos a los que había puesto este mismo revólver frente a su cara permanecieron tan imperturbables como tú. Creo que te mereces otra oportunidad.
Bajó el arma.
-¿Por qué no dices nada? Te limitas a imitar mis movimientos, mis gestos, mi cara. Pero estás callado. Muy bien.
Se calló. El silencio duró un buen rato, aprovechado para hacer desaparecer el whisky del vaso tras muchos, breves y espaciados tragos en el tiempo.
Conocíase muy bien, sabía que tarde o temprano iba a explotar, y le pareció poco honesto intentar reprimirse.
-¡Maldito hijo de puta! -cogió el revólver y lo puso entre los ojos del otro- No te soporto más.
Disparó, retumbando el tiro en la habitación. Aquel rostro se fragmentó en mil cristales, cayendo al suelo. En la pared que sujetaba el espejo apareció un gran agujero del .44.

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