He vuelto.

jueves, noviembre 24, 2011

¿No lo ves?

En el momento en el que conocí la gran verdad no me di cuenta del gran descubrimiento que había hecho. No fui consciente hasta bien tarde, concretamente ayer. ¿Qué pasó para que decidiera aceptar que yo soy Dios y que estoy traicionando a la humanidad cada vez que dejo que cualquier otro decida por mí, piense por mí, y hasta mee por mí? Si he de ser sincero no lo sé, simplemente pasó. No fue al recuperarme de una de esas resacas que me destrozan cada vez que intento ahogar en alcohol mi naturaleza. Tampoco fue tras un accidente o una experiencia cercana a la muerte. Simplemente pasó. Igual que cuando, después de un día de borrachera, te despiertas en tu cama sin saber cómo has llegado y al lado hay una hermosa mujer de pelo rizado y ojos hipnóticos. Era la verdad, y esa verdad era yo.

Lo que consigo recordar es un pestañeo. En un pestañeo pasé de ser la persona más gris a ser igual al Creador que nadie conoce. Estaba caminando, tras cumplir con mi ejecución a plazos de ocho horas cinco veces a la semana y tras hablar con mi jefa escuchándola decir, con aire satisfecho, que había trabajado doce horas. Me abofeteó y me mordí la lengua porque todavía no había pestañeado, no le pregunté que para qué lo hace. No me atreví: no por perder el trabajo o quedar marcado como un futurible rata-que-huye-a-la-primera, sino por no enfrentarme a mí mismo. Es muy fácil mirarlo desde fuera, desde dentro, adoquín a adoquín, semáforo a semáforo, es un infierno.

Porque estoy harto de ser normal, de ser uno de los adoquines que piso, estoy cansado. Sobre mí reposan piedras, y más piedras, de edificios a cada cual más grandes y tan solo una triste antena se encarama en lo alto para recibir el gran relámpago de Zeus. Pienso en mi jefa, no le encuentro sentido y sé que para ella quien no tiene sentido soy yo, con mis palabras vacías y ella con su vida perfecta de trabajadora incansable donde las noches ya no son noches, los días ya no son días y su puesta de sol está congelada en el fondo de su pantalla.

Le he puesto una bomba lapa a mi Laptop.

Seguí caminando y quería gritar, quería que todos escucharan mi nueva energía, quería explotar y convertirme en la estrella que iluminara toda la ciudad, la maldita ciudad que me tomó y me convertió en el grumetillo del barco en la botella del capitán Mediocridad. Destruir la ciudad, destruir la civilización humana porque se basa en la gran mentira de que hay que crecer, emprender, trabajar, ganarse el pan, ganarse la vida. Yo me gané la vida el día en el que mis padres follaron y me engendraron. Sonrío ante la contradicción.

Y al sonreír creo a la mujer más hermosa, creo al niño más alegre, creo la pared más perfecta, con su grieta, su pintada pidiendo el no-voto y junto al letrero del Kebab. Aun con sus cicatrices, sus gusanos y sus pañales llenos de mierda son lo que yo quiero que sean, y el sufrimiento, la falta de sensación de encaje, de compatibilidad con la realidad, no es más que la lucha que tengo en aceptar que yo soy Dios. Porque lo soy.

¿No lo ves?

A cada paso que doy se rompe el suelo, se resquebraja la civilización occidental, tan pagada de sí misma, tan dependiente de la destrucción de sus individuos ahogándolos en su falsa individualidad, matan los besos que mis botas dan al suelo, caen las paredes y las mujeres, y los hombres retorcidos de dolor y echando la espuma de su envidia por la boca. Concedo, como empecé a conceder cuando fui consciente, cuando quise serlo, perdón y vida y muerte a voluntad, y solo distribuyo muerte, muerte que es su vida, su dios, que ha de convertirlos en llama y besos.

Creo que es momento de activar el detonador.

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