He vuelto.

miércoles, octubre 01, 2008

Sombras (XI)


Con un gesto brusco Luna cogió la manga de la casaca robada por Melania y tiró de ella hasta un rincón oscuro, aparentemente una destartalada habitación que se había quedado ya sin puerta, y desde donde se controlaba tanto la entrada como las escaleras que llevaban a las plantas superiores. Estaba pálidad, con los ojos abiertos. Sus manos se movieron rápidamente, comunicando primero que guardara silencio, después que esperara; acabó llevándose el dedo índice de la mano izquierda al oído y señalando hacia la escalera. Melania no oía nada, salvo el estruendo amortiguado de los bombardeos, cada vez más cercanos. Pasaron los minutos, y Melania, que era incapaz de oír nada, empezó a impacientarse. Miró a su hermana, intentando comprender qué es lo que había pasado. Se fijó en que su hermana aparentaba ser una estatua, no había movido un músculo.
-No te muevas -susurró cuando notó que Melania había girado la cabeza apenas unos grados para observarla. Apenas lo percibió, sin embargo aquellas tres palabras paralizaron cualquier idea de moverse en la rubia, cada vez más nerviosa. "Si al menos supiera qué pasa", pensó, asustada por la incertidumbre.
Escasos segundos después fue capaz de percibir algo diferente. La reverberación de unas botas al chocar contra el suelo descendía desde las plantas superiores del edificio. Las pisadas eran rápidas, regulares. Alguien bajaba. La esperanza de saber qué es lo que estaba pasando no la tranquilizó, como pensó; más bien al contrario. Agarró fuertemente la pistola, pensando en cómo lo hacían las chicas de las películas de espías, y vio que aquello no era para ella. El frío tacto del arma la aterrorizaba, logrando mantener la calma solo de piel para fuera, tal y como había aprendido tras años de dura profesión, en la que la apariencia de fortaleza es clave para sobrevivir.
Los pasos redujeron su velocidad a medida que se escuchaban con mayor intensidad. Melania imaginó que debía encontrarse en el entresuelo, un nivel por encima de sus cabezas. Pudo contar ocho pisadas, sintiendo cómo se desplazaban hasta la escalera. Se pararon. Se reanudaron, quien fuera empezó a descender por los escalones. El sonido de los combates, cada vez más cercanos, desaparecieron para la rubia que, para controlarse, estrangulaba la culata metálica de la Tokarev hasta sentir dolor en su delicada mano derecha. Otra vez se volvió a parar. Según cálculos rápidos tenía que estar a mitad de la escalera. Desde donde estaban escondidas no podían verlo, pocos metros y una pared les separaban. El chasquido de un mechero anunció un fogonazo que iluminó la sala. Una exhalación. Unas palabras en un idioma que a Melania fue incapaz de reconocer, en parte porque su corazón latía con tanta intensidad que retumbaba en sus tímpanos.
Otro paso. Cada vez más cerca. A medida que se aproximaba Melania se fue encogiendo, incrementándose a su vez el terror que crecía. Por su cabeza pasaron miles de imágenes a la vez, cada cual más terrorífica que la anterior. Era consciente que aquello no era una simple guerra, podía tratarse de los monstruos que periódicamente inundaban sus pesadillas, rostros deformes que la perseguían desde hacía muchos años.
La caliente mano de Luna se apoyó con cariño sobre su pierna, tranquilizándola. Melania no se atrevió ni a moverse para mirarla. Estaba paralizada. Los pasos, más pesados de lo que le parecieron unos segundos antes. El intenso olor del tabaco llegó hasta ellas. Estaba a centímetros de aparecer ante ellas. Otro paso. Un escalofrío recorrió la médula espinal, hasta las profundidades de los recuerdos de la prostituta. Un soldado rubio, bien parecido y de rasgos eslavos fumaba a pocos metros frente a ellas. Miraba hacia la puerta. De sus labios colgaba un cigarrillo que brilló más de lo habitual durante unos segundos. Echó el humo por la nariz. Melania, sin ser capaz de concretar, detectó algo extraño en aquel hombre. Algo diabólico. Lo había visto antes. Intentó orientar la tokarev hacia su cuerpo, sin embargo sus músculos todavía no reaccionaban. El hombre reanudó su marcha. Recorrió apenas dos metros cuando se volvió a detener. Melania pudo observar el fusil con la bayoneta calada que colgaba de su hombro derecho, el brazo y la pierna derecha. Sacando fuerzas de donde no había consiguió superar la parálisis, apuntando más mal que bien hacia el hombre que a tres metros estaba estático. Se giró. Las hermanas, escondidas tras la pared y cubiertas por el velo de la oscuridad, vieron cómo miraba hacia el hueco, cómo forzó los ojos, cómo desenfundó su pistola y la levantó, apuntando al frente.
El terror infantil, las pesadillas, los monstruos que, pensaba, existían solo en su imaginación, se materializaron. Tras las facciones del soldado, tras su aspecto de ruso, tras sus ojos Melania reconoció las formas, las criaturas que vivían en su subconsciente y que tanto le costó reprimir.
-Hola Melania. Cuanto tiempo. ¿Cómo estás? Salid de ahí, hermanitas.
Melania palideció. No podía ni moverse, la máscara de seguridad se había desmoronado, toda la identidad que había construido sobre la fosa de su subconsciente no estaba.
-Vamos -le susurró Luna mientras salía del escondite-. No hay otra opción.
Su hermana mayor, maravillada por la valentía de la pequeña, le hizo caso. Se dejaba llevar.
-Extrañas vueltas da el destino -dijo el soldado-. ¿Habéis venido a por vuestro amigo? Mucho me temo que ahora mismo está hundiéndose en las profundidades de la muerte -el brillo de la pistola de la mujer llamó su atención-. Suelta eso, puedes hacerle daño a alguien, boba.
Melania bajó la Tokarev. El hombre dio un paso hacia atrás, invitando con una leve sacudida de su arma a sus antiguas conocidas a avanzar. Las hermanas salieron de la habitación sin abandonar la penumbra, al contrario que el otro, lateralmente iluminado por la poca luz que llegaba desde la calle. Él las miró de arriba a abajo, a Luna, segura y desafiante, y a Melania pálida y temblorosa.
-No sabes la suerte que tienes al tener a quien tienes como hermana -dijo, dirigiéndose a la rubia-, si no fuera por ella...
-¡Déjanos! -interrumpió Luna. Su grito quedó ahogado por el sonido de ametralladoras y las cadenas de lo que parecía ser un vehículo blindado. Un obús fue disparado cerca, los tres se giraron inmediatamente hacia el exterior, viéndolo impactar al otro lado de la calle. De repente el soldado cayó de lado, como si hubiera recibido un fuerte impacto en la sien. Un grito quedó ahogado en la garganta de Melania. Luna se agachó. Tiró de su hermana hasta que bajó a su misma altura.
-De buena nos hemos librado -susurró la pequeña de las dos.
-¿Crees que está muerto?
-Sí -Luna, sin acabar de incorporarse, se dirigió hacia las escaleras-. Vamos, no hay tiempo.
Los ecos de lucha en el exterior se hacían cada vez más intensos a medida que ascendían por el edificio.
-¿Sabes dónde está?
-Sí, Mel -contestó Luna, incrementando la velocidad hasta la carrera-. Sígueme.
Pronto entraron en una de las viviendas, vacías y llenas de escombros. Al fondo, en una pequeña habitación encontraron un cuerpo recostado, inclinado hacia la derecha. Era él, lo reconocieron tras el primer vistazo. Tenía un agujero en la cabeza, una mezcla de masa cerebral y sangre se extendía bajo el cráneo.
-Joder -dijo Melania-. Está muerto.
-No del todo. Vamos.
Luna apoyó sus manos sobre el cuerpo aún caliente del varón que intuitivamente reconoció como su compañero.
-Guzmán.

El silencio en el que la consciencia de Guzmán flotaba quedó interrumpido por una voz familiar. Luna. Le costó entender las palabras. No reaccionó. Se sentía como si fuera el todo, un bienestar que en vida jamás había sentido y que le envolvía le retenía. Otra vez escuchó a su compañera llamándole. Tiraba de él. El frío le invadió. Un intenso dolor sustituyó la sensación de totalidad en la que se encontraba.
-Guzmán, despierta. -Cada vez escuchaba con mayor nitidez.

Las hermanas podían escuchar el fragor de los combates. Estaban luchando junto al edificio donde estaban. Los gritos y las explosiones ascendían por las paredes hasta la ventana que los iluminaba. Luna, en trance, repetía periódicamente el nombre del hombre que, muerto o no, estaba en el suelo. Melania, que ya había recuperado la tranquilidad, se acercó y puso sus manos junto a las de su hermana, sobre Guzmán.
-Guzmán -dijeron al unísono.

Otra voz, más grave. No la reconoció, sin embargo tiró de él con tanta fuerza como la de Luna. Empezó a recordar quién era, relacionó el nombre que escuchaba con él mismo, con una de las identidades que tenía.
-Recorre tu destino -una tercera voz, que relacionó con su abuela, le atravesó como una descarga eléctrica-, aún no ha llegado tu hora.

Las detonaciones, disparos y gritos estaban cada vez más cerca. Melania, preocupada, escuchó pasos rápidos entrando en el edificio y subiendo por las escaleras.
-¡Despierta! -ordenó Luna.

Guzmán inspiró con fuerza, abriendo la boca y los ojos. Reconoció su habitación. Le costó respirar con normalidad. A su alrededor las dos hermanas, Luna y Melania, visiblemente cansadas. Luna, agotada, sonreía, mientras Melania retiraba un mechón rebelde de delante de sus ojos.
-¿Qué ha pasado? -preguntó, casi sin voz. Vocalizó con dificultad.
-Eso vas a tener que contárnoslo tú, pequeño -contestó Luna, cuyos ojos brillaban por la alegría de verle vivo.

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