He vuelto.

lunes, julio 20, 2009

Señor Hormiga

(Cerebro de Hans) Una veces las puertas se cierran en silencio, casi sin que ella misma se dé cuenta de que ha dejado de unir habitaciones para pasar a separarlas. Otras, simplemente, chocan contra el marco tan violentamente que acaba derrumbándose el propio marco, la pared, la casa y si la fuerza inicial es suficientemente fuerte, tirando la ciudad entera. Como cuando el graciosete del hermano mayor sopla el castillo de naipes que tanto esfuerzo le ha costado hacer al niño de cuatro años. Joder, cuando te das cuenta estás rodeado de cascotes, cubierto de polvo y pedazos de ladrillo; todo lo has perdido y en las manos tienes cortes, también en los brazos, por protegerte del derrumbe.

Al menos los huesos siguen enteros y en su sitio.

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Hans tuvo que esperar a que se disipara la cortina de escombros pulverizados para comprobar que solo su casa había sido la afectada. Vecinos y curiosos se aproximaron, preguntándole si estaba bien, pero Hans no sabía qué responder. Estaba aturdido. Recuperó el sentido justo en medio de una pregunta:
-...en la casa?
Hans miró a su derecha, hacia el origen de la voz. Era un policía.
-¿Eh? -contestó.
-Si había alguien más en la casa.
-Entonces no ha sido un desvarío -dijo para sus adentros- se ha cerrado la puerta.
-¿Perdone? No le he entendido -replicó el policía, intentando entender algo de lo que escuchaba-. Por favor, conteste: ¿había alguien más en la casa?
-Ah, no.
-¿Qué ha sucedido?
-No -titubeó-, no lo sé.
-¿Qué estaba...
Su cerebro no pudo más. Se desmayó. Al despertar vio que le habían llevado al hospital general. Se sorprendió al ver una hilera de puntos negros que trepaban por la pared, por el techo, hasta una máquina que emitía pitidos constantes a la velocidad de su corazón. Hormigas. Centenares, miles de hormigas. La siguió en dirección contraria a su avance, hacia la puerta, y se topó con un hombre mayor, caucásico, escondido tras unas gafas de sol. Vestía de médico, pero su aspecto recordaba más a los mafiosos de las películas de los setenta u ochenta. En su mano sostenía una jarra con agua.
-Parece que has tenido suerte, Hans.
-¿Quién es usted? -dijo mientras se incorporaba. El cerebro de Hans zumbaba y se quejaba con cada movimiento, por muy suave que fuera. Tuvo que apretar los dientes para contener el dolor de su cabeza.
-Soy el señor Hormiga, y vengo a hacerle entrega de su premio -Hans lo miró, estupefacto. No supo qué contestar-. Venga, acérquese, le enseñaré su premio.
Hans, como pudo, se aproximó al hombre tambaleándose, mareado y aturdido.
-Vea, vea cómo inundo el hormiguero.
-¿Y? ¿Ése es mi premio?
-¡Sí! -exclamó el señor Hormiga- ¡Felicidades!
-No entiendo nada.
-Mejor aún, así podrá disfrutar mientras lo analiza y descifra. Ahora, por favor, acuérdese de evitar corrientes de aire. ¡Buenos días!

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Hans se despertó, mirando la sección de anuncios por palabras del periódico sobre la que se había dormido.
-Creo que ya va siendo hora de cerrar la ventana.

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